Queremos que nos quieran, y nos cuiden. Y es normal. Por qué y cómo es la cuestión

Creo que toda esa energía que gastamos tratando de complacer a todo el mundo deberíamos usarla en trabajar para gustarnos más a nosotros mismos. Se lo recordaba el otro día a mi hija de 6 años, que no podemos gustarle a cada persona que se nos cruza. Y no pasa nada. 

Esto, como teoría, es bastante fácil de entender. La cuestión es que, en la práctica, aceptarnos tal cual somos, respetarnos y liberarnos del juicio externo (ese qué dirá mi madre, mi vecino o mi compañero de trabajo) no siempre resulta fácil.

Mi hija cuando le digo que no siempre vamos a gustarle a todo el mundo y que no pasa nada

Y es que a todos nos encanta sentir que somos elegidos y esto tiene una explicación. Se llama sentido de pertenencia. Queremos ser parte de algo. No solo lo queremos, para Maslow, lo necesitamos. 

Para Maslow, solo una vez satisfechas las necesidades más básicas (alimentación, seguridad, sueño o pertenencia…) podemos aspirar a deseos más elevados (de reconocimiento y realización personal).

Pertenencia e identidad

La pertenencia es el sentimiento de arraigo e identificación de un individuo con un grupo o con un ambiente determinado. Es ese sentir que “soy de los tuyos” que nos hace sentir seguros, sentir que no estamos solos.

El primer grupo al que pertenecemos, desde la infancia, es nuestra familia. A medida que vamos creciendo, socializando y abriéndonos al mundo, vamos formando parte de más grupos que influyen en la construcción de nuestra identidad. Primero en la familia, después con los iguales así que, no nos engañemos, somos seres sociales. Necesitamos de ese pegamento para nuestro desarrollo y nuestra salud emocional. 

Sentirnos parte de algo nos da seguridad y nos ayuda a construirnos como individuos.

Queremos que nos quieran. Y que nos cuiden. En la infancia este anhelo es, además, una necesidad de supervivencia. Se podría decir que sentirnos amados y cuidados por el otro son los nutrientes que precisa nuestro árbol para crecer.

La diferencia entre los niños (sobre todo los más pequeños) y nosotros, adultos, en relación a nuestras necesidades es que nosotros:

  1. Debemos ser capaces de manifestarlas a través del lenguaje (pedir  aquello que queremos).
  2. Podemos satisfacer la mayor parte de nuestros deseos por nosotros mismos.

Y es que uno de los procesos básicos en el proceso de maduración es hacerse cargo de uno mismo, de una misma.

Madurar es conectar con eso que te hace feliz y saber dártelo.

Ahora bien, ¿existe alguien a quién no le guste ser amado y cuidado? Yo creo que no. Por eso cuando escucho un discurso de autosuficiencia extremo algo me chirría por dentro. Somos seres sociales. Nos gusta compartir. Vincularnos hace nuestra vida más fácil. Más bonita.

Cosa distinta es que, como adultos, no seamos capaces de conectarnos con nosotros mismos y proveernos de aquello que nos hace sentir bien. Y encontrar una fuente para satisfacer mis aspiraciones en caso que el de al lado no me esté ayudando a alcanzarlas.

No poner el peso de mi felicidad en el otro significa que si a mí me encanta hacer yoga pero a mi pareja no, buscaré el momento para hacerlo y sentirme bien, aunque sea sin él o ella. Y eso me convertirá en una compañía feliz y relajada cuando llegue a casa para ver nuestra serie, jugar al mus o lo que quiera que me vincule con mi semejante. Que esto también hay que propiciarlo. Y, como me sentiré realizada, es posible que hasta pille shushi sin esperar que la próxima invite él.

Cuando damos desde la abundancia, se nota.

Lo que no sirve es dejarme a mí y a mis anhelos a un lado para satisfacer la falta de ganas del otro, sea tu pareja, tu amiga o tu hijo y luego estar enfadado. O distanciarme con cara larga para forzar que “agradezcan”  lo muchísimo que me sacrifico poniéndome la última en mi escala de prioridades. O montar una pataleta.

En definitiva, no vale hacer todo eso que hacíamos a los 6 años para conseguir lo que queríamos cuando mamá o papá no nos proveían de ello.

La cara de “esperaba que pasaras del futbol porque yo hice lo mismo la semana pasada”.

Pero a veces ocurre, que tu niño herido, ese al que no le dieron lo que necesitaba, sale a reclamar una carencia que no es capaz de reconocer y darse. Reaccionando a una herida de abandono, de rechazo, de humillación o cualquiera otra que se gestó en la infancia. Y es que las relaciones que se establecen con los cuidadores principales, en función de su disposición ante aquello que necesitamos en los primeros años, marcan. En realidad, nos marcan casi todos los vínculos pero hay uno, en concreto, que lo hace especialmente. Es el vínculo de APEGO.

El vínculo de apego (o el PORQUÉ).

Fue Bowlby el que investigó durante muchos años un tipo de vínculo muy especial que se produce entre madres (sobre todo) e hijos los primeros años de vida: el apego. Este autor evidenció que esas primeras relaciones y la forma en que nuestro cuidador principal atiende nuestras necesidades influye en nuestro desarrollo determinando, también, la forma de relacionarnos con los demás en la edad adulta.

En una relación madre-hijo (o padre-hijo) de apego seguro el adulto permite al pequeño explorar, conocer el mundo y relacionarse con otros desde la tranquilidad. El bebé puede sentir que su “vínculo estrella” (suele ser la madre durante los primeros meses pero no tiene por qué reducirse solo a ella) va a estar ahí para protegerlo. Se le transmite confianza cuando empieza a abrirse a otras personas y experiencias.

Cuando esto no ocurre, los miedos e inseguridades influyen en el modo de interpretar el mundo y las relaciones. Si el niño integra que la relación con el adulto no le aporta la suficiente seguridad y protección desarrolla un tipo de apego inseguro que se suele manifestar de dos formas o mediante una mezcla de ambas:

☂ En un vínculo de apego ansioso, el bebé percibe que a veces el adulto está y otras veces no. Que unas veces se le consuela y otras no. De algún modo aprende que no puede confiar en la consistencia y profundidad de los vínculos, de ahí que reaccione con inseguridad y miedo ante la separación (no hablo del miedo a la separación normal, sino a reacciones intensas que cuesta mucho calmar y de forma prolongada en el tiempo). Lo que reproducirá más tarde en la vinculación con sus parejas, para quienes no se sienten suficientes. Desarrollan un miedo al abandono. A que el otro no esté disponible para él.

☂ El apego evitativo suele ser el resultado de una crianza donde el niño ha percibido a sus cuidadores principales distantes emocionalmente, en algunos casos castradores o poco sensibles a las necesidades del niño, que acaba integrando que vincularse es una fuente de sufrimiento. De adulto tenderá a relacionarse, si no lo trabaja, desde la desconexión emocional y la autosuficiencia. Desarrollan un miedo a comprometerse con otro, un miedo a perder su identidad si se vinculan con una pareja. En realidad es un miedo a sentirse rechazado.

Y ahora es cuando todos nos ponemos a pensar en la última vez que dijimos que no a nuestros hijos con su correspondiente rabieta y pensamos “Dios mío… le he arruinado la vida”.

No funciona exactamente así y además, ya lo contamos en otros artículos como este, sobre rabietas, los límites son necesarios. Así que, queridos padres y madres del mundo, no nos estresemos. Es imposible satisfacer todas, absolutamente todas las necesidades de nuestros hijos. Las 24 horas al día, 7 días por semana. Además, hay otros factores implicados en cómo percibe el bebé el mundo, como su temperamento, los patrones heredados y aprendidos, independientemente de cómo atendamos sus demandas.

Todos experimentamos en algún momento algún tipo de frustración vincular y, por el camino, se nos quedaron cientos de necesidades sin satisfacer, sin escuchar. Sin considerar. Y no pasa nada. Estamos aquí para aprender. Lo interesante es qué hacemos con todo eso en la edad adulta si nos afectó de algún modo.

Porque quedarnos en la nebulosa de los porqués nos ayuda a tomar consciencia, a entendernos, pero lo que nos va a llevar hacia una vida más plena es bajarlo a tierra. Y ahí es cuando llegamos al CÓMO.

¿Cómo decido vivirlo? La respuesta a esta pregunta gira en torno a otras tres que hemos de hacernos antes:

  1. ¿De verdad lo necesito o solo lo quiero?

Decía Schopenhauer que todo deseo procede de una carencia, de un estado que no nos satisface y a mí, que siempre me ha gustado jugar con las palabras, he descubierto que, etimológicamente, la palabra necesidad es “algo de lo cual no puedes desprenderte“.

Necesidad nos habla de todo eso que nos falta y yo, que creo fervientemente que el lenguaje tiene el poder de crear la realidad me he propuesto cambiar los necesito por los quiero.

Y es que hay estudios que evidencian que las zonas del cerebro y los circuitos implicados cuando tenemos una necesidad no son los mismos que cuando queremos algo. La ciencia nos dice que nuestro cuerpo se “cansa” de producir la dopamina que genera un estímulo inicialmente placentero. El 1º vinito blanco con almejas con vistas al mar te sabe a “gloriasanta” pero después de 10 días seguidos, las almejas te salen por las orejas y acaban siendo para ti algo neutro o, incluso, desagradable.

Las almejas al día 11.

En algunos casos, además, el placer pondrá en marcha el mecanismo de la dependencia. Y esa motivación (el querer) será sustituida por la necesidad. Ya no buscaremos el estímulo por lo bien que nos hace sentir sino para paliar el sufrimiento que genera no tenerlo (¿nos suena esto?).

Y es que, ¿realmente necesitamos tantas cosas? Tal vez te has enamorado de una cabaña de madera con chimenea y vistas a un lago que has visto en Instagram pero, ¿de verdad la necesitas para ser feliz? No contestes todavía. Para responder a esta pregunta primero tenemos que hacernos otra más importante.

2. ¿Qué es para mí la felicidad? Profundizar en nuestra propia definición de felicidad es la brújula que nos orienta hacia dónde dirigir nuestras acciones. Si estoy buscando casa y mi concepto de felicidad se parece mucho a un paseo entre árboles con mi perro o al momento en que me subo a mi coche con mi café y mi música, seguramente no me importará vivir a las afueras con tal de disfrutar de ese chute diario de endorfinas naturales.

La felicidad para mí se parece mucho a esto.

Si, por el contrario, para ti desayunar en una cafetería cada día y caminar para ir al trabajo es lo que más energía y “contentura” le aporta a tu día, tu opción será otra. Pero tenemos que saberlo para tomar decisiones alineadas con aquello que queremos (acabo de sacar un curso donde profundizo en todo esto AQUÍ).

Llegados a este punto os cuento que a veces confundimos la alegría (sukha) con la verdadera felicidad (ananda), entendida esta última, para los yoguis, como un estado de plenitud más profunda, que no tiene tanto que ver con el apego al placer de los sentidos.

Profundizaremos en esto en otro artículo para no hacer este muy largo (y que lo leas hasta el final) pero, básicamente, significa que ser feliz es una opción que no tiene nada que ver con tener chimenea y terraza arbolada. Es un estado del Ser y se alimenta de instantes de alegría que se generan paseando por la huerta o alquilando un airbnb con chimenea. A mí me salen pompicas del corazón solo con mirar una foto e imaginarme dentro. En realidad, no necesitamos el chalet. Pero nuestro dragón mente, a veces, nos hace creer que sí.

Yo, imaginándome que alguna vez haré esto, aunque no tenga una Camper.

Pero hay que entender que querer algo no es igual a necesitarlo. Y que la verdadera felicidad se encuentra dentro, no fuera. Lo que nos lleva a la última pregunta…

3. ¿Qué me estoy diciendo? La felicidad es una mente libre de expectativas y ataduras. Yo trato de acercarme a eso a través de la meditación y el mindfulness (puedes leer más sobre ello pinchando AQUÍ). Conectar conmigo, aquietar la mente para cuestionarme si realmente necesito algo, o solo me apetece tenerlo. Separar la paja del grano, lo que tiene que ver con mis valores o con lo que he visto en instagram por la tarde. Profundizar en mi diálogo interior y tratar de hacerlo amable (podéis leer sobre cómo trabajar con pensamientos y creencias AQUÍ). Enfrentarme al vacío. Y saber qué me estoy diciendo cuando llega. El problema es que cuesta. Y tratamos de llenarlo con entretenimiento y sustancias para evitar el dolor que provoca. Huimos de él.

Pero el vacío no se llena, se vive. Y, aunque, como he dicho, somos seres sociales y es lícito y agradable buscar apoyo en determinados momentos, no debe confundirse esa compañía con un soporte. Somos nuestro soporte. Cuando integramos esto somos capaces de quedarnos a solas con nuestro vacío y una manta. Somos capaces de acompañarnos. Y hasta de disfrutarlo. Y, en ese momento, somos realmente libres.

A veces buscamos un lugar en el otro para huir del vacío propio. Pero ninguna relación nos va a salvar de nosotros y nuestra heridas.

Cultura de la educación emocional

Madurar es hacerse cargo de uno mismo, es ese gran salto al vacío. Y no hay artículo o libro o taller de fin de semana que nos enseñe esto. Del mismo modo que no vale trabajarlo en una tutoría en 2° de ESO y creer que con eso es suficiente para prevenir un maltrato o el acoso escolar en las escuelas. Hay que vivirlo. E integrarlo. Solo así podemos transmitirlo cuando tenemos que lidiar con un caso real.

Conocer los porqués nos ayuda a entendernos. Practicar en el CÓMO evita quedarnos enredados en las causas y la teoría. Bajarlo a tierra a través de lo que nos pasa, cuando la vida nos da la maravillosa oportunidad de hacerlo, que no suele ser agradable.

El argumento principal a casi todas nuestras preguntas pasa por sabernos amados y sostenidos por nosotros mismos. Compartir todo ese amor con los de fuera. Aceptando nuestras heridas, aceptando que todo es perfecto tal cual es.

Perfectamente imperfecto.

No podremos experimentar la verdadera libertad hasta que no alcancemos la libertad interior, por muchos papeles y kilómetros que pongamos entre nosotros y nuestra fuente de conflicto. Un conflicto que no es más que con nuestro propio niño, niña interior.

Yo a la mía le he dicho que la voy a mimar, a sacarla a jugar. Y a llevármela de viaje.

Y es que ya lo dijo Lennon, que el amor es la respuesta.
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2 comentarios de “Queremos que nos quieran, y nos cuiden. Y es normal. Por qué y cómo es la cuestión”

  1. Inma que placer leerte, motivas mi reflexión.
    Perseguir alegrías es agotador y alimenta al implacable dragón.
    Aprender a ver felicidad en lo pequeño y cotidiano es una rutina que se adquiere lentamente pero con un poso mucho más duradero y transformador.
    Un gran beso compañera del alma.

    1. Princesa! Qué bonito leerte y saber que me lees. Eso es, se trata de cultivar la felicidad a través del interior y compartir eso grande que se expande con el mundo. Y alimentar el alma con las pequeñas alegrías cotidianas, buscarlas en el día a día, a sabiendas de que no siempre va a ser todo luminoso, y no pasa nada.

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