Rabietas. Si te pilla en un lugar público es ese momento en el que desearías que el hijo fuera de otro, para mirarlo con cara de condescendencia, un poco entre el “cómo te entiendo” y el “menos mal que al mío no le pasa hoy).
Y tú, que has leído mucho de crianza respetuosa, sabes que lo que tienes que hacer en ese momento es “validar sus emociones y traducirlas, para que, al final, aprenda a gestionarlas él solito”.
Pero tú, que llevas desde las 7 de la mañana sin parar, que aún no has comido, que vas con el tiempo justo para recoger a tu segundo hijo de kárate y una cola de 5 personas con el carro hasta los topes delante, no tienes ni los recursos, ni el chichipafarolillos temple, para gestionarlo bien en ese preciso momento.
Y tras ignorar, sin éxito, los primeros sollozos en plan “este niño no es mío, va dentro de mi carro, pero no sé de dónde ha salido” con la esperanza de que desista del huevosorpresa, pasas a la fase de validar la emoción en modo firme y tranquilo, que has leído en ese artículo: “venga, Felipito, sé que estás cansado y que quieres el huevo sorpresa y eso te enfada y blablablá…”, con cada vez más decibelios de llanto y cada vez más miradas (suplicantes, inquisitivas y compasivas, que de todo hay, como tipos de personas).
Llegados a este punto, es probable que la cosa acabe en modo grito/descalificación/reproche/fuego-por-la-boca, que sabemos que solucionarlo no lo soluciona, pero también que pasar, pasa.
Hoy, señor@s, hablamos de rabietas. Sobre ellas, debéis saber que:
- Son fruto de la frustración del niño por no poder manifestar lo que quiere, lo que siente o necesita, normalmente porque aún no tiene lenguaje o no es aún muy elaborado.
- Es un proceso normal de afirmación del yo, desarrollo de la propia identidad y diferenciación del otro (“yo no soy tú, mamá, soy otra persona”).
- Se pueden dar a cualquier edad entre el año y los 4 o 5, pero la fase aguda se sitúa entre los 18 meses y los 2 años y medio, edad en la que el niño empieza a ser capaz de comunicar lo que quiere con mayor o menor destreza.
- La madre que describimos arriba, que bien podría ser cualquiera de nosotros en un día de desquicie cualquiera, en un entorno familiar y sin estrés, sería (más) capaz de practicar los consejos ideales que vienen en los libros y revistas que lee.
- El mismo niño, bien comido y bien dormido, es más receptivo y tolera mejor la frustración a cualquier negativa por parte del adulto.
Y ahora sí, vamos con las pautas. Ante una rabieta:
- Valida su emoción y tradúcela a un lenguaje que pueda entender. Nada de “no te enfades”, “no llores”, “no pasa nada”. Resulta que SÍ PASA (quiero algo), SÍ ME ENFADO (porque no me lo das) y SÍ LLORO (porque como no sé hablar, no tengo ni idea de cómo gestionar esto). En lugar de eso podemos decir algo como “Felipe está muy enfadado porque quería chocolate y tiene que esperar”. Te permito sentir. Te permito ser.
- Y ahora sí, trata de normalizarla. Que no es lo mismo que invalidar lo que siente. “Es normal, a mamá también le pasa, yo también tengo mucha hambre”.
- Dale espacio y recursos para que se calme. Esta es la parte más complicada y eso que se trata, simplemente, de esperar a que se tranquilice, de estar a su lado, de acompañarlo, de sostenerlo en su emoción. Esto no es lo mismo que “que se salga con la suya”, porque no le vamos a dar lo que quiere (en ese momento y porque grite). En este paso es útil la técnica del disco rayado, decir la misma frase (corta, sencilla, empática) varias veces, algunos ejemplos de frases que se pueden usar: “sé que estás enfadado”, “mamá te entiende y te quiere pero tienes que tener paciencia”, “si lloras no entiendo lo que dices”, “puedes enfadarte pero no puedes gritar, porque molestas”. Si estás en un lugar público y te incomoda la atención, puedes retirarte a un sitio más apartado, pero a medida que vayas practicando el maravilloso arte de gestionar rabietas, empezará a darte un poco igual la mirada ajena. ¡Bravo!
- Ofrece el contacto físico cuando empiece a calmarse, a veces sólo necesitan un abrazo para poner fin al episodio de llanto. Repito, esto no es salirse con la suya, no le damos lo que quiere. Si rechaza ese contacto, no insistas, pero si está en peligro su integridad física o la de otros niños, puedes contenerlo físicamente con un abrazo por detrás sujetando sus brazos. Es importante que la actitud sea firme, pero no agresiva, ni enfadada. Respira. Cada vez lo harás mejor.
- Habla con él de lo que ha sucedido, una vez haya pasado todo, aunque no lo creas, entiende lo que le dices. Para hacerlo, los cuentos son un recurso maravilloso, algunos títulos como “El perrito Teo se enfada”, “Cuando me enfado. Mensajes sobre el mal humor” (ambos de San Pablo) o “Cuando estoy enfadado” (de SM) tratan el tema de una manera muy sencilla.
Por último, consignas:
- Si no te sale el rollo zen a la primera, practica, practica y practica. Es la técnica del “ACTÚA-COMO-SI”… Puede que no seas un maestro budista pero ACTÚA-COMO-SI fueras la persona más segura. Más paciente. Más firme sobre La Tierra. Y acabarás siéndolo un poquito. Es posible que al principio te tiemble la voz, pero cuando lo hayas hecho 15 veces, te sorprenderás a ti mismo al más puro estilo Mary Poppins (o el que más te inspire).
- Redirige al niño ayudándote de normas visuales. Para ello puedes usar fotos o pictogramas pegados en la pared de su cuarto, o puedes plastificarlas y llevarlas en el bolso. Se trata de redirigir sin reprender, sin potenciar más la frustración que de por sí ya siente. “Uy, estás muy enfadado porque mamá no te da la merienda, pero mira aquí, acuérdate que después de jugar hay que recoger”.
- No descalificamos al niño, sino su conducta. No etiquetamos: “Eres malo”, “Eres desobediente”, “Eres un cabezón”. NO. NO y NO. Vamos a tratar de cambiarlo por: “No me gusta cuando actúas así”, “Te estás comportando de manera caprichosa”, “Lo que haces molesta a los demás”.
- Dale la oportunidad de redirigir su conducta antes de reprenderle recurriendo a frases para captar su atención: “¡Vaya! Se te ha olvidado que en casa no se grita, se te ha olvidado, ¿verdad?”.
- Durante la fase aguda de rabietas, ten la precaución de no llevarlos a lugares que pongan a prueba su paciencia con hambre o sueño, y, si eso no es posible, podemos anticipar el enfado llevando galletitas en el bolso (no es momento para educar en el paladar, se trata de llevar artillería lo suficientemente pesada como para que aguante una cola de 5 carritos llenos en el super. Esto no es incompatible con que sea saludable, pero tiene, como mínimo, que encantarle)
- NUESTRA ACTITUD debe ser serena pero firme, firme pero no enfadada. Yo, como adulto, no me enfado porque tú te enfades, no tienes ese poder sobre mí. Recordad que no queremos reprimir la rabia, la tristeza… sólo ayudamos al niño a que sea capaz de gestionarla. Puedes enfadarte y hacérmelo saber, pero no por ello te doy lo que quieres, si entiendo que no es bueno para ti. Sólo desde la serenidad somos capaces de reconducir la emoción. A veces confundimos ser calmado con ser blando y NO, uno puede ser agresivo y no infundir ningún respeto.
- Y para terminar, seamos coherentes. Y la coherencia es hacer siempre lo mismo, SIEMPRE. LO MISMO. IGUAL. Si hemos acordado que no hay móviles en la mesa, no hay móviles en la mesa aunque quiera dejar de oír peleas un rato, aunque me duela la cabeza, aunque me interese la conversación del de al lado. Es preferible no poner una norma o no especificarla, que ponerla y no cumplirla, o cumplirla unas veces sí, y otras no, porque eso los lía y abre la puerta al desacato, pero esto de las normas da para otro post completo. Y lo haré.
Y si nada de esto funciona, vete de retiro el fin de semana, date un masaje, mímate, practica el hedonismo… Después de 5 rabietas en un día, créeme, te lo has merecido.
Gracias.
Sigue leyendo que seguiremos compartiendo! 🙂 Gracias a ti🌻