Cómo abrazarse en días de lluvia (y convertir tu vulnerabilidad en tus alas)

Hoy me he regalado flores.

Porque, a pesar de que nos hemos levantado con tiempo y ganas, el día no ha podido empezar peor, con derramamiento de líquidos “desayuniles” incluido. Porque adiestrarles para que hagan las cosas solos (desarrollar su autonomía que decimos los psicólogos) no siempre combina con la prisa. Y estar donde están tus pies cuando tus pies tienen que estar en 15 minutos en el cole y tu hija acaba de tirarse la leche encima, bien de cola cao, no es fácil. 

Por mucho mindfulness que hagas.

Mis hijos serán autónomos y yo la madre que más litros de leche derramada ha recogido al oeste del río Pecos.

Y claro, el derrame y las risitas al más puro estilo gremlin, a 13 minutos de la sirena (si sonríes mientras lees esto es porque sabes de qué risitas en alianza perversa hablo) han sido más fuertes que mi dragón. Que ha terminado saliendo. Y hemos llegado tarde y enfadados.

Mi dragón en modo Dracarys.

Y, a pesar del abrazo final, verles alejarse sabiendo que esa tarde no puedes compensar con más presencia, te deja revuelta. Por mucho que medites. Repito.

Y como a la mente le va flagelarnos, de camino al trabajo, me recordaba a mi hija exprimiendo naranjas para el desayuno, como recién salida de Sonrisas y lágrimas (no de Los Gremlins), y he empezado a juzgarme y decirme cosas feas. Hasta que las he visto. Siemprevivas, mis favoritas, junto con los girasoles. Y he seguido de diatriba con mi mente.

—Qué bonitas.

—Pues regálatelas, hoy las necesitas.

—Con lo que valen tengo para tres cafés. Y total, en unos días están secas…

—Venga, no seas rata contigo, que te encantan.

—Si es que ya me he pasado la tienda…

—Pues vuelve.

Y he vuelto.

Y el día ha cambiado de color.

Entonces he recordado la importancia de mimarnos. Y hablarnos bonito.

Porque es fácil quererse cuando todo va bien. Cuando el sol brilla y hay cerveza y brindis de por medio. Lo difícil es hacerlo cuando llueve, cargas las bolsas de la compra y tienes el día revuelto. Y lumbalgia.

Pero todos tenemos esos días. Y es especialmente importante aprender a abrazar esa versión calamitosa de nuestro ser, envolverla en esa manta. O en esas flores. O en esas alas.

Escucharnos y regalarnos, del mismo modo que, es en las horas bajas, cuando más necesitamos del otro que sepa sostenernos y abrazarnos, sin más. Sin intentar “arreglarnos” ni darnos soluciones o sermones. Solo estando ahí, siendo ese pilar.

Abrazando nuestra vulnerabilidad.

Pues nosotros, con nosotros mismos, lo mismo.

Porque si el equilibrio entre lo que das y lo que te dan, es importante en una relación, en la que mantienes contigo, también. Se llama correspondencia. Porque no es lo mismo dar, que regalarse. Y relegarse. Y lo hacemos cuando no nos escuchamos. Cuando nos juzgamos. Convirtiéndonos en nuestro peor verdugo.

Y es que, en general, nos resulta difícil conectarnos con nuestra propia vulnerabilidad. Por eso he querido empezar este artículo hablando de la mía. Por eso me gusta comenzar mis discursos con familias contando mis batallas. Por eso, el otro día, en mi 1ª charla de más de 30 personas, empecé hablando de lo nerviosa que estaba. Porque no somos perfectos y no sé vosotros, pero yo tampoco quiero serlo.

Porque es así, desde la autoexigencia, como empezamos a desconectarnos de nosotros y nuestras necesidades, unas veces queriendo que los demás las adivinen y las satisfagan y otras no pudiendo soltar el control del timón, ese que nos hace creer que no necesitamos a nadie.

Que somos todopoderosas.

Pero la realidad es que no lo somos. Lo cierto es que, aunque es bonito y necesario aprender a darse lo que uno necesita por uno mismo, somos seres sociales y necesitamos de las relaciones. Y está bien pedir. Comprender que nuestra vulnerabilidad no es una carga para el otro, que somos humanos no máquinas. Tenemos que empezar a soltar… y delegar.

Y aprender a conectar con nosotros para poder conectar con los demás. Sobre todo si eres madre porque, desde siempre, se ha esperado de nosotras que asumamos el rol de sostén emocional de la familia, de AYUDA A LOS DEMÁS. Y eso, que a mí siempre me pareció algo grandioso, ha hecho que tendamos a relegar nuestras necesidades a un 2º plano. Nos cuesta conectar con el disfrute y con nuestra propia realización personal. Y, cuando lo hacemos, muchas veces nos asalta la culpa y el miedo al juicio externo.

Así que os dejo algunos tips para empezar a hacerlo, a conectar contigo y abrazarte en los días grises, por si no tienes mucha práctica:

★ Empieza a darte. Porque cuando lo haces, dejas al otro ser, no necesitas que sea diferente ni que se comporte como esperas. Le acompañas y guías, no le exiges. Dedicarnos, al menos, una hora al día, a meditar, salir a correr, tomar un café con nosotros o bailar, cuando no somos guiados, no es fácil, requiere compromiso y practica. Yo os lo pongo un poquito más con mis meditaciones (relajaciones pre-meditativas), cortas y asequibles en cualquier rato, que podéis ir alargando según el tiempo del que dispongáis.

Ejercicio meditativo para poner luz a nuestras partes oscuras. Podéis encontrar más en «Sé la suerte de quién te encuentre» de youtube.


★ Cuando empieces a darte a ti mismo, podrás dar a los demás desde la abundancia, sin esperar nada a cambio. Si no estás lleno no puedes dar. O lo haces desde la carencia, esa que te lleva a demandar del otro lo que tú no te permites. Ponernos en el centro de nuestra vida no es ser egoístas, es amarnos incondicionalmente, como nos gusta que nos quieran.

★ Sé consciente de que puedes elegir. No podemos elegir lo que nos pasa, pero sí qué hacer con ello para que no se enquiste. Solo nosotros tenemos el botón para encender nuestra luz, cuando dejamos que otros nos apaguen estamos dándoles un poder que no les corresponde. Así que, la próxima vez que te ocurra algo que enturbie tu día, puedes quedarte en bucle gris o aprovechar para entrenarte en la escucha de aquello que te dices. Y darle la vuelta. Como haría cualquier amiga (de las buenas).

Sé su mejor ejemplo de autocuidado. Queremos que nuestros niños y niñas sean adultos independientes, que no dependan del juicio externo, que sepan estar solos, que no sufran dependencia emocional, que es la carne de cañón del maltrato… Pues está bien recordarles, cuando se aburren, cuando sienten frustración, rechazo o miedo que siempre pueden recurrir a ese espacio íntimo de seguridad, que está dentro de ellos, y que es un escudo anti-adicciones. Si les acostumbramos a anestesiar el dolor con lo de fuera ahora, lo harán en el futuro.

Y, si después de leer mi articulo, sigues sin creer que es posible convertir tu vulnerabilidad en un puente hacia tu fortaleza, es que no has escuchado a Brene Brown. Y por aquí dejo un vídeo para que lo hagas.

El poder de la vulnerabilidad.

El miedo nos desconecta de nosotras mismas y de los demás. La idea de que hay algo dentro de mi que, si lo descubren, no querrán estar conmigo. Y debajo de eso hay una creencia a no ser suficiente. Suficientemente buena. O digna. O merecedora. O perfecta…

Es posible utilizar ese miedo para crecer. Trabajando la creencia que lo activa. Pillándola in fraganti intentando sabotearte. Escribiéndola. Dándole la vuelta y transformándola. Evocando lo que te hacer vibrar leer en voz alta esa otra afirmación. Sintiendo, creyendo e integrando que eres merecedora de todo lo bueno que te pase, de una manera incondicional.

Cuando lo haces y consigues sentirte así, realmente valiosa, con heridas sangrantes y todo:

  1. Tienes la valentía de mostrarte tal cual eres.
  2. Aceptas plenamente tu vulnerabilidad. 

Te sientes lo suficientemente fuerte como para hacerlo.

Y es que ya lo decía Mario Benedetti, que la perfección es solo una pulida colección de equivocaciones.

Y eso no significa que no vuelva la duda, solo que eres capaz de desmontarla. Utilizar tus heridas para darte impulso para volar. Atreverte a equivocarte, si es que eres lo suficientemente valiente como para convertir esos errores en parte de tus alas. Y abrazarte con ellas en un día de lluvia.

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