Dime lo que te dices y te diré cómo comunicas. Cómo mejorar la comunicación en tu aula (y en tu vida)

Imagina que estás en una fiesta y tu hijo te saca a bailar hip hop. Tú respondes a su invitación encantada. Pero con una sardana. Como estás tan preocupada por lo que pensarán los demás (y te dices cosas como “Se van a reír de mí”, “Lo estoy haciendo fatal” aunque no seas consciente de que te las dices) tampoco lo disfrutas.

Eso, en términos comunicativos, es lo que solemos hacer, casi cada día, con nuestros hijos e hijas. Con nuestro alumnado. También con nuestras parejas y, en general, con las personas que nos rodean. Nos movemos a destiempo.

Y es que, la comunicación es como un baile. Si nos cuesta sintonizar con los pasos de nuestro compañero es básicamente porque:

1. Solemos estar fuera de nosotros, nosotras mismas.

Y

2.  Nos decimos cosas bastante horribles. Aunque la mayoría del tiempo no nos demos cuenta.

Y así, claro, salimos a la pista con bastantes posibilidades de llevarnos un pisotón.

Todos los días transmitimos y recibimos información a través de los símbolos. Las palabras (lo que decimos) son solo uno de esos símbolos pero es importante prestar atención a otros canales de salida. Al cómo decimos lo que decimos.

Para comunicar y decir lo que queremos decir hemos de atender también a:

Nuestra voz:

A veces, estamos tan desconectadas de nosotras que lo transmitimos a través del cuerpo y en la forma de expresarnos. Podemos notarlo en las voces nasales, que sitúan el sonido en la parte alta del cuerpo. O en las voces que carraspean o tienen alguna disfonía, la voz en estos casos está como atascada. Cuando se produce la liberación del sonido, la persona se siente más  ligera y más segura. Y eso se refleja en la velocidad, en el tono, en el volumen del mensaje.

Durante años estuve peleada con mi voz. Yo era de esas personas que, cuando se escuchaba en un vídeo o cinta de cassette, sentía rechazo tímbrico. La reconciliación con mi propio sonido, en todos los sentidos, ocurrió durante el confinamiento, cuando empecé a grabar mis propias relajaciones guiadas. Como eran solo para mí, no había ninguna expectativa puesta en ellas y además, antes de grabarme solía meditar para trasladar ese estado de relajación a mi audio. Lo que hizo que me encontrara con mi verdadera voz.

Para que nuestro lenguaje esté a nuestro servicio, refleje lo que somos y no nuestros bloqueos, hemos de poner consciencia en ello. Para que todo nuestro ser, nuestro cuerpo y nuestra mente estén en sintonía con lo que queremos transmitir. Hay un libro de Tamara Chubarovsky que me gusta recomendar a maestras de audición y lenguaje que se llama La fuerza curativa de la voz y la palabra, donde profundiza sobre todo esto y que puedes encontrar aquí.

Nuestro cuerpo:

No es solo que sonrías (tu expresión facial) mientras hablas, nuestro cuerpo transmite por entero. Desde determinados gestos como tener los dedos separados (que denota confianza) o juntos (tensión), tirar de las mangas ocultando nuestras manos (inseguridad) hasta la postura que adoptas.

Daniel Goleman, en su libro, Inteligencia social, manifiesta que todos estamos conectado de algún modo a través de las llamadas neuronas espejo. De ahí que nos resulte relativamente sencillo percibir los procesos internos del que tenemos delante solo a través de su lenguaje no verbal. Y esto se evidencia, de una forma más evidente, en las llamadas relaciones de poder, como las de profesor-alumno, madre-hijo o jefe-empleado.

Entrar en clase con inseguridad es como llevar un cartel en la cabeza que dice: TENGO MIEDO. Los alumnos y alumnas sintonizan fácilmente con nuestro estado emocional interno porque nos observan especialmente. Nos prestan más atención porque somos una autoridad para ellos. Y, de alguna forma, contagiamos nuestro estado emocional debido al efecto de este tipo de neuronas. Goleman acuñó el término «wifi neural» para hablar de la importancia de estas redes que nos conectan en nuestros procesos comunicativos.

Para transmitir confianza a nuestro alumnado, nuestro cuerpo tiene que mostrar seguridad y confianza. Apertura. Para que nuestros hijos e hijas se sientan más proclives a comunicarse, hemos de tener una actitud corporal de escucha, empezando con por la mirada. Con la mirada abrimos o cerramos el canal. Y es un receptor y un emisor de cómo me siento.

Pero al contacto visual recíproco le ha salido un firme competidor. Las pantallas.

Hacía meses que no veía a María, una amiga de la infancia que, junto a dos más, forma parte de uno de mis grupos de whatsap favoritos en el que, de vez en cuando, proponemos una quedada que se materializa una de cada diez veces por apretuje de agenda. Al final el sábado decidimos quedar solas y recordamos el anuncio de Rua Vieja que se emitió allá por 2018, en el que varios amigos y familiares se reencontraban y se les calculaba de forma estimativa, lo que les quedaba por compartir tomando como referencia su frecuencia de quedada. Los resultados eran atroces. Escasos días si te ves con alguien, como en nuestro caso, una media de una vez cada dos o tres meses.

Vivimos pensando que somos eternos y, cada vez más, cambiamos las conversaciones reales por las de Whatsap. Los encuentros por las series. Y las miradas por un «espera un momento que conteste este email».

Volvamos a mirarnos. A abrazarnos. A encontrarnos con el cuerpo.

Tenemos que vernos más

Además de atender al mensaje (lo que quiero decir) como a los canales de salida (cómo lo digo), hemos de prestar atención a nuestro propio diálogo interno. Lo que nos decimos, aunque nadie lo oiga, se transmite en nuestra comunicación más de lo que creemos. 

Porque comunicar no es solo lanzar la información, es un proceso que engloba:

Cuando emitimos un mensaje, enlazamos con todo aquello que llevamos dentro y lo mezclamos con lo que queríamos decir. Y, a veces, en ese proceso, el resultado se desvirtúa.

Virginia Satir, madre de la terapia familiar sistémica, estableció cinco categorías comunicativas señalando que todos tenemos preferencias por uno o más de estos estilos. Conocer la forma en que nos comunicamos nos hace tomar consciencia del diálogo interno que se genera en nosotros mismos para poder cambiarlo. Modificando también el efecto de nuestros mensajes en los demás.

¿Cuáles son estos estilos de comunicación?

EL APACIGUADOR: Suelen evitar el conflicto a toda costa, buscando la aprobación de los demás. Son personas poco asertivas que tienden a anular sus necesidades y deseos en un intento de agradar.

Lo que suelen decir a los demás: «Lo que tú quieras». «Estoy aquí solo para hacerte feliz».

Lo que suelen decirse a ellos mismos: «No soy suficiente». «Sin él/ella no podría vivir». «No sirvo para nada».

Lo que dice su cuerpo: Suele adoptar una postura de desamparo, encorvada, lo que hace que no haya aire suficiente para expresarse con voz profunda y armoniosa. La respiración suele ser alta, con la parte superior del tórax.

EL ACUSADOR: Suelen buscar la culpa de los que les pasa en los demás o en las circunstancias externas, eludiendo cualquier tipo de responsabilidad.  Son personas a la defensiva o al ataque pero, bajo esa apariencia de dureza esconden un tremendo sentimiento de soledad.

Lo que suelen decir a los demás: «Nunca haces nada bien». «Estoy rodeado de inútiles».

Lo que suelen decirse a ellos mismos: «Estoy solo y soy un fracaso». «Nadie me quiere».

Lo que dice su cuerpo: La rigidez muscular que se transmite a una voz tensa, dura. Respiración contenida y cortada. Cuello y gesto facial rígido.

EL COMPUTADOR O HIPER-RAZONADOR: Bajo una apariencia correcta, razonable y neutral esconde un torbellino de emociones en el interior que tratan de esconder.

Lo que suelen decir a los demás: «Lo tengo todo bajo control».

Lo que suelen decirse a ellos mismos: «Me siento vulnerable».

Lo que dice su cuerpo: Cuerpo rígido y cuello recto, como si tuvieran un collar de acero, manos y boca apenas se mueven, voz monocorde.

EL MAREANTE O IMPERTINENTE: Son las personas que suelen intentar acaparar la atención en las reuniones para enmascarar una baja autoestima. Suelen ser personas manipuladoras a través de las emociones y volubles en su estado de ánimo.

Lo que suelen decir a los demás: «Yo…». «Yo…». «Yo…».

Lo que suelen decirse a ellos mismos: «No le importo a nadie». «Estoy fuera de lugar». «No valgo».

Lo que dice su cuerpo: Suele usar un lenguaje carente de sentido pero con palabras técnicas. Mueve todo el cuerpo a la hora de hablar, le cuesta permanecer.

EL EQUILIBRADO O FUNCIONAL: Es asertivo, es decir, capaz de expresar lo que siente y necesita de una forma respetuosa consigo mismo y los demás. Su equilibrio emocional se manifiesta a través de su transparencia y confianza.
❦ Se expresa con claridad y precisión.

❦ Muestra coherencia y congruencia entre lo que dice y lo que expresa su lenguaje corporal.

❦ Transmite tanto su afecto como su enfado de una manera directa y respetuosa. No teme el enfrentamiento pero siempre respeta a su interlocutor.

❦ Propicia la resolución de los conflictos huyendo de habladurías y críticas no constructivas.

Aunque en función del contexto podemos adoptar estilos comunicativos distintos, solemos identificarnos más con uno o dos de estos arquetipos. Nuestro trabajo consiste en observar cual es el diálogo interior que tengo conmigo mismo para tratar de cuestionarlo y ponerlo sobre la base de la realidad. En este otro artículo doy algunas claves para hacerlo.

Sea cual sea la relación que tienes contigo, para mí las tres premisas en toda comunicación con nuestros chavales, con nuestra pareja y con las personas que nos rodean son la proporción de las interacciones positivas, las expectativas y la escucha a través del silencio y la observación. Veamos sus efectos:

☛ EL EFECTO DE LAS INTERACCIONES POSITIVAS: John Gottman es uno de los mayores expertos en comunicación entre parejas y para llegar a serlo creó lo que él llamó el Laboratorio del Amor. Allí, los investigadores pedían a un grupo de parejas que resolvieran un conflicto en su relación en 15 minutos y observaban cómo lo resolvían (o no) mediante sensores que registraban cualquier cambio fisiológico (tensión arterial, ritmo cardiaco, pulsaciones) y cámaras que analizaban indicadores del lenguaje no verbal como expresiones faciales, la voz y los gestos.

Lo que descubrieron es que para una relación funcione debe haber una proporción entre las interacciones negativas y positivas durante un conflicto. Por cada interacción negativa (crítica, insulto, sarcasmo, estar a la defensiva, una ironía…) en una relación de pareja debe haber cinco o más interacciones positivas, una broma para rebajar la tensión, un gesto de afecto, una caricia, una sonrisa. Del mismo modo que podemos cuidar la comunicación en una relación de pareja podemos hacerlo con nuestros hijos y nuestros alumnos propiciando el sentido del humor y las caricias positivas.

☛ EL EFECTO DE LAS EXPECTATIVAS: Los estudios de Harris y Rosenthal mostraron que la cordialidad no verbal era uno de los factores que más influían sobre el autoconcepto académico de los niños.

Este efecto, conocido también como efecto Rosenthal, de la profecía autocumplida o efecto Pigmalión explica que, cuando se tienen altas expectativas sobre el rendimiento de una persona, ésta tendrá más probabilidad de rendir mejor. La investigación muestra que la expectativa de un determinado resultado aumenta la probabilidad de que suceda.

Los docentes, de algún modo, transmiten sus altas expectativas a los alumnos y alumnas cuando:

  • Favorecen un clima amable.
  • Transmiten más retroalimentación del rendimiento (“Lo estás haciendo muy bien”).
  • Miran y se dirigen más a los sujetos sobre los que se tienen expectativas positivas y les exigen más.
  • Facilitan la comunicación formulando preguntas y atendiendo a las respuestas.
Los docentes enseñaban más y con mayor entusiasmo a los niños objeto de expectativas positivas

☛ EL EFECTO DE LA ESCUCHA Y LA OBSERVACIÓN: Este mismo autor, Rosenberg, desarrolló un modelo de comunicación llamado «Comunicación No Violenta» (CNV) en la década de los 60 que busca que las personas se comuniquen entre sí y también consigo mismas con empatía y eficacia. Para ello, se basa en cuatro pasos:

  1. OBSERVACIÓN: Se trata de identificar lo que está pasando para poder expresarlo sin juicio. Esta fase no es una crítica hacia la otra persona, para que funcione, hemos de ser todo lo neutrales que podamos.
  2. COMUNICAR SENTIMIENTOS: Transmitir al otro cómo nos sentimos con respecto a lo que está sucediendo.
  3. COMUNICAR NECESIDADES: Explicar nuestras necesidades en relación a los sentimientos que hemos experimentado.
  4. REALIZAR UNA PETICIÓN: Para terminar, plantearemos a la otra persona una petición muy específica.

De esta forma, si siento que mi hija dedica poco tiempo a las tareas de casa, en lugar de reprocharle que nunca está disponible para ayudarme y sí para sus amigas, siguiendo el proceso de la CNV podría comunicarlo así:

  1. Observaciones: He notado que últimamente tengo que recoger yo la ropa del suelo en tu cuarto.
  2. Sentimientos: Esto me hace sentir estresada, cansada y me enfada.
  3. Necesidades: yo también necesito tiempo y descanso, y necesito orden para poder sentirme bien en casa.
  4. Petición: ¿Podrías encargarte tú de eso a partir de ahora?

Para Rosemberg, todas las personas tenemos la capacidad de ser compasivas. Sin embargo, existen patrones automatizados y aprendidos de nuestra familia y cultura, que nos llevan a un uso sistemático de una comunicación dañina. La CNV nos enseña a romper el patrón, conectando con nosotros mismos y con los demás.

En este podcast, Sandra Gómez y yo hablamos sobre Comunicación adolescente y profundizamos en estas tres premisas y sus efectos. Puedes escucharlo aquí y en Ivoox.

Todas las mañanas me abrigo, abro las ventanas, pongo una barrita de incienso, le digo a mi cuerpo y a mi mente que va a ser un buen día. Me comunico conmigo a través de un ritual que suele incluir el yoga y la respiración. Me regalo un desayuno.

Todo lo que hacemos comunica. Incluso la forma en que nos despertamos por la mañana emite un mensaje para nosotros, nosotras mismas. ¿Qué es lo primero que haces? ¿Te lanzas a las tareas sin darte los buenos días? ¿Qué pasaría si mañana establecieras una pequeña rutina a tu estilo que le diera la bienvenida a tu día como merece?


Comunicarnos bien es transmitir el mensaje adecuado. Libre de cargas y juicios. Empecemos a escucharnos. Y decirnos. Y así poder decirles, quizá con menos palabras.



Puedes seguirme en

4 comentarios de “Dime lo que te dices y te diré cómo comunicas. Cómo mejorar la comunicación en tu aula (y en tu vida)”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *