El que fluye tiene claro hacia donde va, por eso se permite disfrutar el camino, aunque eso suponga llegar más tarde a la meta. Porque no, la letra, con sangre, no entra. Solo desgasta. Lo descubrí después de 14 años de oposiciones en las que tuve que compaginar los apuntes con el trabajo, dos lactancias, la academia, los kilómetros y varias mudanzas.
A veces, me recuerdo en el parque, repasando esquemas con mi hija en el carrito, en un gesto que, en ese momento, integré como algo normal y que, ahora, me parece hasta sádico. Uno que, al cabo de los años y los varios “casiloconsigues”, empezó a embargarme cierta melancolía recordar.
No tenía nada de heroico. Y me estaba perdiendo cosas. Cosas que se diluían entre los bártulos de mi destartalado maletero. Y, lo peor, es que no estaba logrando mi objetivo.
Hasta que decidí olvidarme de la meta y disfrutar del camino. Con todas sus curvas. Entonces, y solo entonces, lo conseguí. Y además de la plaza, me llevé un montón de aprendizajes de vida que me siguen acompañando hoy y que se sintetizan en uno: solo podemos alcanzar el éxito cuando disfrutamos de lo que hacemos.
Y, para llegar a este disfrute es necesario que:
- Definamos nuestro propio concepto de éxito. Cuando pensamos en éxito, automáticamente nos viene a la cabeza alguien que vive rodeado de lujo, trabaja en un rascacielos y lleva traje. Y, además, siempre consigue lo que se propone. Pero la RAE define la palabra éxito como el “resultado feliz de un suceso o una acción”. Así que, para alcanzarlo, lo lógico sería preguntarnos ¿qué es la felicidad para mí? No para mi madre, no para mi pareja, no para mis hijos (aunque los tengas en cuenta). Y, en función de esa respuesta, poner nuestro GPS. Lo que venga después de este cuestionamiento puede que te sorprenda, incluso te haga cambiar el rumbo hacia donde te llevan tus pasos. O que descubras que, no conseguir aquello que un día te propusiste, y que nunca te planteaste por qué hacías, fuera la mejor de tus suertes.
- Dejemos de confundir esfuerzo con desgaste. Disfrutar de lo que haces no significa que no debamos esforzarnos. Se habla mucho de vivir sin esfuerzo pero, esta palabra, etimológicamente, significa sacar nuestra fuerza de dentro para conseguir algo. ¿Habrá algo más maravilloso que poner nuestras fortalezas al servicio del mundo? Yo creo que no, siempre y cuando no agotemos toda nuestra energía en lo de fuera, olvidándonos de dejar algo para nosotros, nosotras mismas. Cuando eso pasa, nos drenamos y convertimos el esfuerzo en desgaste. Así que, saquemos esa potencia que llevamos dentro para lograr aquello que queremos, pero guardemos algo de esa fortaleza también para nosotros mismos.
Ahora bien, ¿cómo poner nuestra fuerza para alcanzar aquello que queremos de una forma que nos vitalice y no nos drene? Fluyendo. Es posible que el mundo no nos lo ponga fácil y que vivir con ligereza y alegría sea dificilísimo, como leí una vez de Busquets. Pero merece la pena intentarlo. Aquí van mis claves y todo lo que aprendí opositando para tratar de hacerlo.
- SIMPLIFICA. Durante mi etapa opositora, eran tantos los flecos de los que tenía que hacerme cargo, que me acostumbré a tener la cabeza en otro lugar. Cuando estaba con ellos, también. Solía ir deprisa a todas partes, tal vez por eso no llegaba a ninguna. Si cierro los ojos me recuerdo azuzando a los pequeños para que fueran más rápido, recordándoles que llegábamos tarde a cualquier lugar que no era en el que estábamos en ese momento. Así que, para silenciar la culpa, trataba de compensarlo haciendo planes diferentes que solo conseguían estresarme aún más. Hasta que fui consciente. Y empecé a invitar a mi mente a estar donde estaban mis pies. Una jarapa en el maletero y aprovechar su merienda para sentarme y disfrutar con ellos de un café. Para, solo, observarlos cuando los recogía de la escuela infantil. Un ritual de picnic a la salida del cole que sigo haciendo con ellos, cada vez que puedo. Y que suele convertirse en uno de los 3 mejores momentos del día.
Hacer nuestra vida sencilla es ir a la compra una vez cada 15 días y congelar, es hacer un recado en lugar de tres en la misma tarde, es cambiar el centro comercial por una jornada playera o montañera. Es reducir las extraescolares a una. Es sentarte y mirarlos. Es mirarte. Y respirar.
2. IMPLÍCATE UN POCO, CADA DÍA. Sea lo que sea que quieres conseguir, ya sea vivir una vida más tranquila o conseguir la plaza en una oposición, es mucho más efectivo hacer un poco, cada día, que darte un maratón de mucho, cada cierto tiempo. El “todos los días un ratico” fue mi lema opositor. Como madre de dos pequeños, muy pequeños, no tenía demasiado tiempo, así que aprovechaba el hueco del mediodía para comer en el colegio y repasar algún esquema, hacerme el planning de lo que estudiaría el fin de semana o subrayar algún epígrafe. Era solo una hora, muy poco tiempo, pero lo hacía a diario. Y, un poco cada día se convierte en mucho.
A esta práctica continuada de lo que sea que quieras implementar en tu vida, los yoguis lo llaman Abhyasa o el poder de la constancia para ver resultados e integrarlos en ti. Si quieres trabajar tu seguridad, por ejemplo, dedica, cada día, 5 minutos a anotar aquellas cosas por las que mereces confiar en ti, visualiza esa confianza envolviéndote y siéntela. Pero hazlo a diario. Te aseguro que será mucho más productivo que hacer el cibercurso “Cómo mejorar tu autoestima” en un fin de semana y olvidarte del tema.
3. PLANIFICA. Un momento, ¿planificar y fluir? pero, ¿no son conceptos incompatibles? No. Cuando entendemos que fluir es dejarse llevar, sí, pero hacerlo sin perder de vista donde queremos llegar. La clave para hacerlo sin estresarnos es la flexibilidad. Es lo que me va a permitir que si una tarde tengo planificado algo (como repasarme el tema 56 o ir a cambiar la ropa de los niños) pero mi cuerpo no responde, pueda escucharme. Permitírmelo. Y cambiar los planes. Aunque sepa que mañana me toque repasarme dos. Se trata de tomar el camino más cómodo para mí y las circunstancias que vivo en ese momento. Aunque eso implique un desvío. Aunque tome el camino más largo y tarde un poco más en llegar. La cuestión es saber que voy a llegar. Y lo sé porque no tengo fugas de energía.
El camino fluido no es necesariamente el más fácil, pero es uno donde puedo caminar a mi ritmo, sin diluirme en lo de fuera. Desde ahí puedo cuidar de mí y cuidarlos mejor a ellos. Ser flexible para, en un ejercicio de improvisación estructurada, permitirme anular una cita y no decir SÍ a aquello que implique decirme NO a mí misma. Para encontrar el tiempo y la manera de estar conmigo.
Lo que nos lleva a la siguiente clave…
4. PRIORIZA. Suele ser cuestión de organización pero, es cierto, no siempre encontramos el momento para estar con nosotros, nosotras mismas, por mucho que nos apetezca y muy bien que nos lo montemos. Que ser madre de dos niños, que aún no han madurado su corteza prefrontal, es maravilloso pero, a veces, tediosamente esclavo. Y una reunión con el tutor no se puede cambiar, ni una cita con un cliente. O un dentista. Pero hay cosas que sí podemos elegir para otro momento. Y nosotras no deberíamos ser una de ellas. Por eso me he vuelto tan sibaríticamente cuidadora de mi tiempo conmigo. Y ese tiempo, últimamente, transcurre en cadencia de agua. Va al ritmo que tiene que ir. No hay urgencia crónica ni desgaste.
Para ello, he incorporado a mi vida lo que instauré en mi etapa opositora como una norma, no hacer nada que no me apetezca, al menos, un 80%. Lo que llamé Teoría del 80% era mi forma de no sentir, como opositora, que me perdía cosas que merecían ser vividas y, al mismo tiempo, dejar huecos libres en mi agenda. Ahora, como madre, este porcentaje no es tan estricto, pero lo sigo aplicando para encajar todas mis facetas. ¿Cuánto tiempo necesitas al día para sentirte bien contigo? Pues trata de dártelo.
5. INCORPORA MOMENTOS DE VACÍO Y NO ACCIÓN. En un ejercicio de elegirme, empecé a dejar los apuntes en el maletero hasta nuestro próximo encuentro. Y a hacerlo sin culpa porque ya había pactado con ellos cómo y cuándo sería nuestra próxima cita. Una a la que no iba a faltar. Porque había conseguido convertir mi implicación en algo placentero, que ya no desgastaba. Algo que empecé a llamar esfuerzo disfrutado. Uno en el que cabían momentos de vacío.
Conectarnos con el vacío y dejar de hacer nos resulta difícil porque vivimos en la cultura de la acción. Identificamos que una vida plena es sumergirnos en una hiperactividad sensorial compulsiva en la que no puede haber el menor hueco en blanco. Hay que vivir intensamente, aprender a surfear, apuntarlos a patinaje, si nos apuntamos nosotros también, mejor. Hay que ver las auroras boreales, hacer horas extra y la masterclass de productividad de ese gurú que nos cuenta que las personas con éxito son aquellas que “estiran sus horas hasta límites increíbles, haciendo hasta el último suspiro del día” (la frase es real y me llegó el otro día al correo ofertándome un curso).
Pues no. Yo me bajo de la rueda.
En uno de los retiros de yoga que suelo hacer, mi profesora nos comentaba que a la gente suele inquietarle los huecos en el programa, “¿no hay nada previsto entre la sesión de la mañana y la comida?”. Tenemos una necesidad constante de hacer que nos pone al servicio de la mente, en lugar de ponerla a ella al nuestro. Y es que, cuando estamos en el hacer, nos olvidamos de sentir. De sentirnos. De hacernos cargo de aquellas cosas que no nos apetece tocar. Y nos resulta más cómodo vivir así. Sin entender que solo cuando somos conscientes de que ese vacío es creador y fuente de vida, nos hacemos dueños de nosotros mismos. Y eso nos hace tremendamente poderosos. Tremendamente libres.
En el hacer encontramos la forma de llenar nuestro vacío a toda costa (pensamientos, comida, netflix, instagram, relaciones, aunque sean tóxicas porque mejor con cualquiera que a solas con nosotros mismos). Como si cualquier cosa fuera mejor que hacernos cargo de nuestros huecos. Preferimos inocularnos emociones ajenas antes que sentir las propias. Como escribe Christian Boiron, “leemos libros y vemos películas que hacen llorar, vamos a vibrar a estadios para excitar nuestra agresividad o a los circos para exaltar nuestro miedo”. Nos emocionamos a la carta.
Paremos para sentir. Solo desde la no acción, desde el silencio y el vacío, podemos conectar más fácilmente con la sensación de llenarnos de nosotros mismos. Si al principio te resulta complicado conectar con esos momentos de vacío, prueba a hacerlo a través del cuerpo.
Y llegamos a la siguiente clave…
6. APRENDE A HABITAR TU CUERPO. El cuerpo es la ventana por la que se asoma nuestro interior. Los psicólogos hablamos de las emociones como estados psíquicos que tienen una manifestación corporal. Y lo que habita el cuerpo físico (llámalo cómo quieras) se comunica con nosotros a través de él. Se expresa a través de él, en ocasiones, somatizando dolores.
Necesitamos conectar con el exterior para conectarnos con nuestro interior. Y viceversa. Debe haber un equilibrio entre lo que intercambio con lo de fuera y con lo de dentro. A mí me resulta fácil llegar a ese equilibrio a través del yoga, porque siempre empezamos a través del cuerpo. Lo apaciguamos a través de posturas para entrar en el maravilloso arte de domar nuestra mente. Pero no hace falta ser un experto yogui para conectar con nuestro cuerpo. Todos podemos practicar la posición acostada, que llamamos “Savasana”. Esta postura es la que suele utilizarse después del esfuerzo, para sentir la relajación. Esos instantes post-asana, son momentos de vacío. Y están para sentirlos e integrar todos los beneficios de la posición anterior.
La paradoja de Savasana es que convierte el abandono total de mi cuerpo en la esterilla en el momento en el que más lo habito, si estoy atenta. Es que “El muerto”, su traducción del sánscrito, es la posición en la que más viva me siento. Mis músculos se aflojan tras el esfuerzo previo, fundiéndome con la tierra y es, entonces, cuando la energía movilizada durante el asana se expande, alimentando cada célula de presencia y de vida.
Los psicólogos estudiamos este fenómeno, que se utiliza en psicoterapia, gracias a las investigaciones de Jacobson y su técnica de relajación, que consiste en tensar los músculos para ser conscientes de su posterior relajación.
Estar, sencillamente, acostado, parece relativamente fácil, pero esta postura requiere de una gran consciencia del momento presente, aceptándolo tal cual es, atentos a nosotros, evitando la dispersión mental. Y esto, que parece sencillo, en realidad, no lo es, por todas esas características de nuestra mente que hemos explicado en otros posts (como este).
Desde la no acción, el silencio, desde el vacío, podemos conectar más fácilmente con la sensación de llenarnos de nosotros mismos. Confiar en que la tierra y el agua te sostienen. Por que sí, hacer el muerto en el agua también es muy relajante y una de esas pequeñas cosas que hacen la vida inmensa que figuran en mi lista.
Lo que me lleva a la siguiente clave.
7. AVIVA TU FUEGO. Todos tenemos una luz dentro pero, a veces, nuestro ritmo de vida, las circunstancias externas, nos impiden conectar con ella. Nos impiden brillar. El fuego, para la filosofía oriental, es la la alegría. A través de ella, podemos transformar el desgaste penoso del sobreesfuerzo en la llama que nos sintoniza con esa luz que llevamos dentro. Y ponerla al servicio de aquello que nos gustaría alcanzar y del resto del mundo.
Cuando no podemos conectar con nuestro fuego nos cuesta ponernos en marcha. ¿Qué has hecho hoy para avivar tu fuego interno? Puede que te hayas probado con esa receta de tarta de zanahoria que te recomendaron, o que hayas dado el capricho con ese nuevo perfume, o que hayas salido a correr o, simplemente, te hayas sentado un rato bajo un árbol con un libro, un cuaderno y algo rico. Lo que sea para sentir que nos burbujea el corazón. Desde niña, tengo la extraña afición de hacer listas. Lista de cosas que me hacen ilusión, que aquellas que me quedan por vivir y mi favorita: listado de pequeñas cosas que me dan la felicidad. Pequeñas cotidianidades que avivan mi fuego sobre las que escribí hace algún tiempo y que podéis leer aquí. Por si os inspiran.
8. REDEFINE EL CONCEPTO DE LIBERTAD. Cuando pensamos en el concepto de libertad, lo identificamos con hacer todo aquello que queremos, sin cortapisas. Sin embargo, no hay mayor libertad que aquella que experimentas desde el interior. Somos libres cuando aceptamos aquello que no depende de nosotros. Y lo soltamos. Cuando somos conscientes de que no podemos hacerlo todo. De que no somos perfectos. Y no pasa nada.
Somos libres cuando hacemos las paces con la palabra renuncia. No hablo de una renuncia impuesta o forzada, sino de una elegida por ti. Aceptar la realidad que estamos viviendo, sea estudiando sin poder hacer otra cosa o conviviendo con una pareja y descartando a las demás. Ser consciente de que implicarte en algo conlleva ciertas renuncias elegidas nos ayuda a relacionarnos de forma distinta con el concepto de libertad. Que no es otro que ser lo que quieres ser.
9. CONECTA CON EL PLACER DE LO SENCILLO. Criar cansa. Lo pensaba anoche, en la cama, después de que mis hijos me despertaran dos veces. Pensaba que la melatonina ya debía estar camino de mi riñón reactivo a punto de volver al mar… En mi cara cuando, a las 7 de la mañana, mi hijo decidiera que ya era hora de despertarse. Porque es como un reloj suizo. En que, si no era mi hijo, sería mi gato. Y cuando no, mi cuerpo, adrenalínico perdido después de tanto despertar. Me reconfortó entonces acordarme de que nuestro plan para hoy era algo sencillo. Tirarnos con una jarapa en el césped o ver una peli abrazados en el sofá. No siempre me permití parar con ellos. Hasta que recordé el placer que sentía cuando mi madre detenía su reloj.
Ella siempre me cuenta, con cierta zozobra, que, mientras trabajaba, en su peluquería de barrio, nosotras revoloteábamos por el salón y se lamenta, “los primeros años ni siquiera teníais tele…” Entonces, me recuerdo inventando historias donde los rulos eran guerreros y las pinzas princesas y le digo que mi infancia fue un regalo de presencia. Recuerdo mirar los árboles en mi huerta, con la esperanza de encontrar gnomos (aún los miro así). Recuerdo que el mejor momento de la semana era ir al Pryca y subirme en el carrito de la compra. Recuerdo que quedarnos en casa, simplemente haciendo nada, era la gran fiesta.
Yo creo que entiendo a los niños porque recuerdo bien qué se siente siendo uno. Y no necesitan grandes cosas. Y la sencillez es una de ellas. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Si, además es sencillo, diez.
En algún momento integramos que para ser reconocidos teníamos que esforzarnos hasta el punto de dejar de considerarnos. Yo un día, después de muchos años de oposiciones, volví a hacerlo.
Fue así que convertí los viernes de estudio en un momento para mí. En una especie de ritual de silencio y fluorescentes con un tupper en el bolso. Algunas veces me iba a la biblioteca. Otras, optaba por quedarme sola en la oficina. Poco a poco empecé a cogerle el gusto a esa quietud apoderándose del edificio, hasta llegar la noche. A salir casi como un fantasma. A repasar en la huerta y cantarle los temas a mis perros. El sonido de los pájaros, aún hoy, me devuelve a esos momentos de café sincronizado con el cielo y sus ciclos. Y me saca una sonrisa.
Y así, cada viernes por la tarde. Cada domingo por la mañana. En un tempo que pasó de un presto demencial a un andante gozoso.
14 años y varios intentos y encontrar así mi última clave para vivir de forma fluida o, al menos, intentarlo: aprender a convertir los fracasos en oportunidades. Con el tiempo entendí que todo lo que nos ocurre tiene su razón, aunque ahora no la entendamos. Entendí que pasar por tantos centros y conocer a montones de personas distintas había sido un regalo. Y una suerte. Entendí que todo es como debe ser. Aunque ahora no lo entiendas.
Queridos opositores, no importa lo que ocurra dentro de un mes. Estad satisfechos solo por haberlo intentado y sabed que vuestro momento llegará. Ojalá algún día podamos seleccionar el personal para un proyecto tan ambicioso como el educativo de otra manera.
Una en la que se generen espacios que mantengan viva nuestra llama, para poder disfrutar del camino, sin prisa, con gozo, sin perder de vista el final del mismo: proteger la de los niños. Ayudarles a sacar esa luz que todos llevamos dentro. Y permitirles, y permitirnos, brillar.
Qué bueno Inma, me lo voy a imprimir 🙂
Y te empapelas la pared😂 Bella!
Holaaaaa…te he leído dos veces.
La de ahora, despacito, a mi ritmo,sentada en mi balcón…
Sonrisa, tras sonrisa…cuanta sencilla sabiduría.
Trasmites tanto…
Gracias😘💖💫🙏
Qué cosas más bonitas me decís😊Me alegro te haya inspirado.
Espectacular, transmites tranto. No soy opositora, pero me he sentido tan identificada en muchos sentidos. Gracias por destapar tus adentros para ayudar a los nuestros. Cuando te veo en la puerta del cole conectada a tu hijo me invade la ternura. Enhorabuena por dar tanto.
Gracias a ti por apreciarlo, de alguna manera, solo podemos ver lo que llevamos dentro, así que enhorabuena a ti también💫
Segunda lectura que hago de este maravilloso regalo que nos has dado. Esta vez con todo terminado, hasta la siguiente.
En pleno proceso de reconstrucción (como he decidido llamar a este tiempo que me voy a dedicar), no sé si eres consciente pero tus alas nos ayudan a que los demás hagamos mover las nuestras.
Te vuelvo a dar las gracias por todo lo que nos das con tu dulce, sabia y curativa escritura.
Bonita, no dejes de decirme estas cosas cuando te vengan y de transmitir esa energía tan preciosa que irradias.
Gracias. Espero que la oposición haya pasado por tu vida sin mucho desbarajuste, recuerda que es una carrera de fondo, que llega cuando tiene que llegar. No te erosiones ni te dejes la vida en ello.
Te abrazo.