La separación consciente o el maravilloso arte de divorciarse bien

Todos tenemos claro que lo que queremos para nuestros hijos es la felicidad pero, a veces, nos sentimos atrapados en una realidad y una relación de la que ya no formamos parte. Y simplemente no hacemos nada.

No me malinterpreten. Este artículo no es una apología de la separación-al-primer-bache. Soy consciente de que la vida en pareja no es siempre un camino de rosas y la convivencia, sobre todo cuando hay hijos, es compleja. Creo que, no solo es necesario sino también algo grandioso que la pasión inicial se torne en complicidad y en confianza. Creo también que, en la mayoría de los casos, merece la pena invertir una dosis extra de paciencia, voluntad y masajes cariño para que las cosas funcionen. Para llegar a acuerdos, para apoyar al otro en sus horas bajas, para comprender (que no tolerar por sistema) que hay desaires que no provienen del corazón sino de una mente agotada. Para encontrar el tiempo y las ganas cuando la rutina y el ritmo de vida que llevamos se las llevan.

Pero hoy no hablamos de eso. Hablamos de relaciones en la que ya no se comparten sueños, ni conversaciones, ni sofá, ni cafés, ni miradas. En las que se ha quebrado una de las patas (o las tres) en las que se sustenta toda relación (confianza-intimidad-admiración). En las que ya se ha intentado todo, o casi, empezando por hacer cambios en ti para motivar un cambio en la relación. Y sigue sin funcionar.

En ese caso tenemos dos opciones:

  1. Seguir recopilando razones por las que el otro siempre es el culpable de todos tus males, que justifiquen a los ojos del mundo la decisión, con la cantidad de daños colaterales que conlleva esta opción (en forma de quejas, reproches, discusiones o silencios…) y que pagarán tus hijos. O…
  2. Asumir que no necesitamos motivos para decidir que ya NO. Y poner fin a esa relación.

A su vez, si nos decantamos por la 2, podemos:

  1. Actuar desde el miedo y la división condenándonos al conflicto eterno con el padre/madre de nuestros hijos. O…
  2. Utilizar la separación como un catalizador para crecer, transformando la relación que tengo conmigo mismo y, en consecuencia, la relación que tenía con el otro en otra cosa (mejor).

Hoy hablamos de la separación consciente. Y de cómo utilizar este proceso (sea elegido o no) para avanzar, minimizando así los daños colaterales que pueden sufrir los niños en común, que es lo que suele llegar a mi mesa (en estado avanzado de descomposición).

Partimos del concepto de amor en su sentido más puro, desinteresado y alejado del miedo que hay. Y, para ilustrarlo, os transcribo una conversación que tuve con mi hija el otro día. Su hermano pequeño dormía y ella quiso despertarlo:

Cariño, respeta el sueño de tu hermano.

Jo mami… si es que LO QUIERO… y quiero jugar con él.

Pues precisamente por eso, porque cuando quieres a alguien quieres lo mejor para él y respetas lo que necesita, aunque eso implique no estar con él SIEMPRE o TODO el tiempo. Así que déjalo dormir.

Supongo que no lo entendió, pero refleja lo que quiero transmitir. En ocasiones, una relación ya no funciona. Y estar con el otro nos hace más daño que otra cosa. Pero tienes hijos. Y no quieres que sufran el dolor de lidiar con un hogar roto, así que los condenas a que sufran el dolor de lidiar con un hogar en perpetuo conflicto o, peor, en ausencia de cariño. ¿Por qué?

Porque en nuestro legado sociológico una familia con padres separados es eso, un hogar roto. Y una separación es, tradicionalmente, sinónimo de ruptura, de final, de sufrimiento, de conflicto, de trauma, de desestructuración… Pero, si cada vez es más frecuente, quizá sea necesario hacer un cambio en el paradigma y empezar a hablar de separación = transformación. Transformación de un vínculo (con uno mismo y con el otro).

Por supuesto, un cambio de paradigma requiere de un cambio en nuestros modelos mentales. Y de eso va el post de hoy.

No vamos a edulcorarlo. Separarse es tan simpático como que te caiga un piano en la cabeza de las cosas más difíciles por las que puede pasar una persona con hijos.

Desmantela tu casa. Siente que el suelo se abre bajo tus pies pero mantén la calma para que a tus hijos les afecte lo menos posible, para tomar decisiones de las que dependeréis durante mucho tiempo. Adereza todo eso con opiniones de todos los colores a tu alrededor. Trata de sangrar lo menos posible por el camino mientras lidias con días intensos de crianza en soledad y otros del silencio más atronador mientras miras sus camas vacías, preguntándote si esa noche se destaparán, si se despertarán.

No es fácil. Pero después de la tormenta viene la serena adaptación al cambio, tomar las riendas de tu vida y, lo más importante, la satisfacción de vivir en coherencia y en paz.

Como en casi todo, para llegar a eso, HAY QUE CURRÁRSELO.

Por el camino surgirán retos y obstáculos pero el resultado merece la pena. Si te animas a intentarlo por esta vía, aquí dejo las consignas que transmito a las mamis que vienen a verme en situaciones de separación reciente (porque en un 95% siguen siendo las mamis las que vienen a verme).

  • Acepta de forma serena tus emociones, están ahí para enseñarte. Es una situación dolorosa, lo normal es estar triste, enfadada, sentir miedo… Y es que hay un componente de dolor intenso que hay que pasar, como en cualquier cambio. Pero no te aferres a lo que creías que iba a ser y no fue. Es imposible que no duela, que no sangre un poco, pero el sufrimiento y la autoflagelación son gratis (“tendría que haber hecho esto en lugar de aquello”, “si no hubiera dicho lo que dije…”, “la culpa es mía / suya”, y cualquier otro blablabla improductivo que hemos de aprender a acallar…)
  • Cultiva la relación contigo. Un divorcio puede ser el comienzo de una nueva relación con la persona más importante de tu vida: tú misma. Para ello, pon el foco en ti, no en lo que hace el otro. Y empieza por preguntarte: ¿Qué solía recriminarle a mi pareja que yo misma no fui capaz de darme? ¿Una escapada?, ¿más tiempo para mí?, ¿qué valorara lo que hacía?, ¿una vela de olor que no fuera del chino? Lo que sea, es el momento de concedértelo.
  • Si es posible, contadlo juntos a padres e hijos, manifestando la intención de entenderos. En ocasiones, nuestros seres queridos, que no disponen de toda la información y siempre con la mejor de las intenciones, que es apoyarnos, pueden, sin pretenderlo, tomar partido y enturbiar nuestro deseo de hacer las cosas de forma amistosa. Algo tan tonto como un comentario delante de los niños, puede ser la mecha que encienda una llama muy fácilmente.
  • Tomaos vuestro tiempo. Haced la transición de forma tranquila. A veces las parejas llevan meses en guerra fría compartiendo casa, pero cuando se menciona la palabra divorcio parece que haya que mudarse al día siguiente y no es necesario. Si la convivencia lo permite, daos tiempo para digerirlo, para armar un nuevo hogar, para decidir temas legales y transmitirlo a los niños con cierta serenidad.
  • Los hijos son vuestro mejor proyecto, no un arma arrojadiza o una moneda de cambio. Es necesario cambiar lo de “familia desestructurada” por “familia binuclear”. Unos padres pueden estar divorciados y hacerlo genial, comunicándose y manteniendo las mismas pautas y rutinas en ambas casas. ¿Por qué no intentarlo? Todo es mejor cuando se comparte. La crianza, también.
Ya lo dice Folberg, que “el divorcio no pone fin a la familia, lo que hace es reorganizarla”.
  • Agradece. No midas la relación que acaba en base a cuánto duró, sino sobre la base de todo lo que te ha aportado: hijos, experiencias, aprendizaje. Incluso si te dejó de la forma más fría, bendice la liberación de no estar con alguien para quién no eres prioridad. Al final las cosas no son cómo son, sino cómo te las cuentas, cuéntatelas bonito. Elige quedarte con lo bueno (eso lo decides tú). Y agradécelo.
  • Cuida la relación con el otro. Siempre y cuando sea posible, cultiva la cordialidad, el sentimiento de familia que se expande, que crece de una manera distinta, que se ramifica. No siempre es posible ni recomendable la amistad después de una separación, pero si no coarta tu libertad, enriquécete de ello y aprende a mantenerla fijando los límites que quizá no supiste marcar antes. Propicia incluso los encuentros en familia. Rafael Santandreu es un colega de profesión que está seguro de que “Si después de una relación de pareja nos entregásemos a construir una amistad sincera, no dolería tanto”. Y así lo manifiesta en su libro “Ser feliz en Alaska” que recomiendo desde aquí y del que os dejo un fragmento:
  • Ponte botas. Busca apoyo, una vez has dado el paso rodéate de amigos y familiares de esos que alimentan el alma. Si lo necesitas y te sientes desbordado, facilita este trance con ayuda de profesionales. Incluso podéis hacer algunas sesiones conjuntas. Seguramente te mojes igual, pero puede que te sorprendas disfrutando del placer de saltar en los charcos. No hay día gris que se resista a unas botas de agua.
  • Medita. En el momento álgido de dolor lo más fácil es tirar de anestésicos en forma de series, redes sociales y evasiones varias. Pero a veces hemos de girarnos hacia dentro, mirar nuestro miedo de frente y decirle “estoy aquí y soy más fuerte que tú”. En este vídeo el Dr. Mario Alonso Puig nos cuenta por qué la meditación es vida (y transforma el funcionamiento de nuestro cerebro).
Es valioso de principio a fin, pero a partir del minuto 50 da la clave del mindfulness

Y desde este paradigma de la ruptura como una transformación:

Ya no hay buenos ni malos: Ya no busco un culpable sobre por qué no funcionó, acepto mi parte de responsabilidad y asumo que somos dos personas que quieren cosas diferentes o que han evolucionado por caminos distintos.

☆Ya no espero del otro que haga las cosas cómo yo creo que tiene que hacerlas, soy el cambio que quiero ver en él, en el mundo.

Crezco. Ya en 1999, Calhoun y Tedeschi llamaron “crecimiento post-traumatico” a lo que sucede cuando, ante una situación adversa, las emociones negativas catalizan un cambio en nuestra experiencia vital. Ellos ya sabían que no elegimos las cartas pero sí cómo jugarlas.

“Una vez que pase la tormenta de arena, no recordarás cómo lo lograste, cómo sobreviviste,
pero una cosa será segura, ya no serás la misma persona”. Murakami.

El mejor legado que dejamos a nuestros hijos es el aprendizaje a través de nuestro ejemplo. Un día mirarán atrás y recordarán que sus padres pudieron resolver un conflicto de forma serena, y serán libres para amar sin apegos. Para amar sin necesitar.

Y si al final tu árbol resulta ser un bonito jardín, disfrútalo. Por ellos pero, sobre todo, por ti, sé raíz y sé copa.

El último dibujo de mi hija, con sus raíces, sus troncos y sus frutos

Porque el amor es libertad. Y la verdadera libertad solo depende de ti: de lo que haces con aquello que te hacen.

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4 comentarios de “La separación consciente o el maravilloso arte de divorciarse bien”

  1. Es increíble lo bien que has transmitido lo que supone una separación y cómo se debe afrontar para causar el menor daño posible en niños y adultos. De una forma amena, en positivo, sin víctimas ni verdugos… simplemente, genial, Inma.

  2. INMA tu artículo me ha parecido excelente. He pasado un divorcio con 4 personitas en medio y he intentado y logrado toda la primer parte. Pero cuando quise rehacer mi vida ya no hubo relación de amistad y empezó la guerra de los Rose. Hoy quedan secuelas de esa historia, gracias a Dios y a mucho trabajo personal podemos ser abuelos más o menos en paz. Aunque necesitamos estar ambos en relaciones estables para conseguirlo. Gracias!

    1. Muchísimas gracias por tu experiencia, una nueva pareja es, sin duda, uno de los mayores retos de esa nueva familia binuclear, es un cambio para todos. Hay que estar a la altura y haberse trabajado mucho antes.

      Sin unas buenas alas una expareja puede sentirse amenazado y empezar a reaccionar mal, ay el miedo… que siempre separa…

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