Las alas de Lady Pájaro

Érase una vez una pajarita que no era como las demás. Solía cantar al caer la noche, porque tenía miedo a la oscuridad y, a diferencia del resto de pájaros, que lucían vistosos colores, ella era de color negro. Además, tenía las alas más cortas que sus hermanos y hermanas y, como no podía volar, pasaba mucho tiempo jugando sola.

Te enseñaré a ser libre y esas serán tus verdaderas alas – le decía su madre mientras la entrenaba para trepar los árboles con la ayuda de su pico y a lanzarse desde lo alto para alcanzar bayas o cazar insectos. – Y no te preocupes por ser diferente, hija mía, me gusta cómo eres. Un día descubrirás toda la luz que hay dentro de ti y, ese día, dejarás de temer la oscuridad.

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Lady Pájaro, que así la llamaban, no entendía muy bien cómo un mirlo iba a poder volar con unas alas tan cortas, pero su madre parecía tan segura de lo que decía que nunca le importó ser diferente. No ser como los demás pájaros le permitía disfrutar haciendo lo que más le gustaba, dibujar con su pico en la tierra.

Fue así que conoció a un pequeño duende llamado Tralará que, con el tiempo, se convirtió en su mejor amigo. Juntos jugaban y dibujaban hasta el atardecer, esa hora en la que el cielo se pintaba de rosa y Lady Pájaro comenzaba su canto de camino a casa para espantar así su miedo a la noche que llegaba.

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Un día, su amigo el duende llegó muy preocupado:

– Lady Pájaro, la oscuridad ha invadido mi reino. Los niños han dejado de ir al bosque a jugar, prefieren quedarse sentados en casa, con un juguete nuevo que no ve la luz del sol. Su risa alimentaba nuestros corazones de alegría y, sin ella, la oscuridad lo ha inundado todo. Sin luz, el arco iris desaparecerá y el arco iris es nuestro puente para bajar a este mundo a cuidar de los bosques. Eres la única que puede ayudarnos  – le dijo.
– Pero, ¿cómo podría ayudarte yo? Ni siquiera puedo volar. Además, me gustaría ser valiente pero tengo miedo a la oscuridad – contestó ella.
– Los valientes no son quiénes no tienen miedo, sino aquellos que se enfrentan a él – le dijo Tralará muy convencido. – Tú puedes iluminar el mundo.

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Y juntos se encaminaron hacia el arco iris y, al llegar, Tralará se paró y le dijo:

– A partir de ahora tendrás que seguir sola. No puedo arriesgarme a volver y perder también mi alegría, soy el último duende que queda con ella.
– Dime qué puedo hacer Tralará, no sé si podré enfrentarme a esto sola, quiero volver a casa – contestó el mirlo.
– La mayoría de pájaros no cantan en la oscuridad pero tú sí y la música lo llena todo de alegría. Sólo si consigues cruzar el arco iris y cantar el tiempo suficiente para alegrar los corazones de mi pueblo, volverá la risa y, con ella, la luz a mi reino. Ve y canta Lady Pájaro – le encomendó el pequeño duende esperanzado.

La pajarita se quedó pensativa un buen rato, dudaba si tendría el valor suficiente para enfrentarse a la oscuridad ella sola. Y, cuando estaba a punto de darse la vuelta, recordó algo que su madre siempre le repetía: “Por muy oscuro que esté todo, hay una luz que nunca se apaga. Esa luz reside en tu interior y puede iluminarlo todo. Confía en ti”. Así que cerró los ojos y sintió esa luz en su corazón. Y ese fulgor fue haciéndose más y más grande, hasta envolver todo su cuerpo en una esfera de color azul que la hizo sentir protegida y tranquila. Y comenzó a caminar sola a través del arco iris, al que apenas le quedaban dos o tres franjas de color.

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Y al llegar al final, encontró un lugar tenebroso que no era cómo siempre lo había imaginado. Los árboles se habían pintado de penumbra, las flores se teñían de gris, el gran lago mágico se había secado, sus habitantes, los duendes caminaban con los ojos inertes y opacos de un lado a otro, sin rumbo.

– Canta Lady Pájaro… –  recordó las palabras de su amigo.

Pero la pajarita no podía ver nada a su alrededor, sentía la soledad en la inmensa negrura y sólo podía escuchar los sonidos de la noche, que la perturbaban aún más. Estaba tan asustada que no podía emitir una sola nota de su garganta. Pero, de pronto, volvió a recordar las enseñanzas de su madre: “Confía en ti y confía en tu luz interior”.

Así que cerró de nuevo los ojos y volvió a ver esa luz en su corazón que, haciéndose más y más grande, fue envolviendo su cuerpo en una esfera de color azul. Y se sintió otra vez protegida y tranquila. Y comenzó a cantar. Y su canto hizo que las sonrisas de los duendes comenzaran a brotar, y cada sonrisa iluminaba un trocito de cielo, y con cada rayo de luz, se iluminaba también un pedazo de arco iris.

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Y así, la alegría, que es contagiosa, lo inundó todo y expulsó la oscuridad.

En agradecimiento por su valentía, la magia de los duendes hizo crecer sus alas, ¡por fin podía volar! Así que, despidiéndose de sus amigos, Lady Pájaro las desplegó y emprendió el vuelo por primera vez rumbo a casa, disfrutando de la grandiosa vista del bosque desde el cielo. Desde ahí arriba, las cosas que antes le parecían muy grandes, se veían tan pequeñas… que no parecían tener tanta importancia.

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Esa noche, antes de irse a dormir, en la oscuridad de su nido, Lady Pájaro cerró los ojos y volvió a sentir esa luz en su interior, sintiéndose protegida y en paz. Entendió entonces aquello que le decía siempre su madre, que sus verdaderas alas eran el amor y la confianza en ella misma para ser libre y vivir sin miedo y, cerrando los ojos, pensó: “Gracias por tus alas mamá”.

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Este cuento es parte de una obra literaria protegida con derechos de autor.

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