LA ESCUELA QUE MERECEMOS Y OTROS SUEÑOS DE UNA NOCHE DE VERANO

El sábado daba comienzo el verano en la noche más corta del año. No recuerdo en qué momento convertí el juego de escribir deseos por San Juan en casa, junto a mi hermana y mi madre, en una verdadera tradición en mi huerta alrededor del fuego para dar la bienvenida a la estación de la luz con todo aquel que quisiera unirse a ella.

Abrir mi cajita de sueños del año anterior solo me reafirma en la convicción de que todo (o casi) es posible, si ponemos mente, corazón y cuerpo a trabajar en la misma dirección. Año tras año compruebo que el mundo siempre encuentra la manera de sorprenderme, aunque no sea exactamente cómo lo había imaginado.

Y yo, que soy una ferviente defensora de que cada crisis es una oportunidad de cambio, anoche imaginé junto a la hoguera una vuelta al cole como nuestros hijos y alumnos merecen. Como nosotros, padres y docentes, merecemos.
Así que lancé a las llamas toda la incertidumbre que me produce pensar en mi niño de 3 años empezando en un cole nuevo en septiembre tratando de mantener una distancia de seguridad imposible a esa edad. Eché al fuego la imagen de mi hija de 5 estrenando etapa y maestra, luchando por mantener la mascarilla en su sitio en un aula de 25 niños y mesas separadas.

Y hoy me he dedicado a escribir y a soñar esa vuelta al cole que quiero. Porque los sueños hay que soñarlos y vivirlos. Y escribirlos es el primer paso para materializarlos. No lo digo yo, lo dice un estudio sobre las metas de la Universidad Dominicana de California que evidenció que escribir los propósitos eleva las probabilidades de llevarlos a la acción casi un 50%.
Y es que, ya lo hemos hablado en otros artículos, la escritura es una de las formas más poderosas y catárticas de comunicación con nosotros mismos que existe. Nuestras alas y nuestras cadenas, ambas nacen en nuestro interior y las dos empiezan con un diálogo interno que nos acerca a lo que queremos y nos aleja de lo que no. Cuando lo hacemos consciente.

Como sociedad, tenemos la gran oportunidad de transformar la escuela en aquello en lo que debería ser para todos los que la integran, un verdadero hogar.

Pero, ¿cómo podemos lograrlo en tiempos de pandemia? Una posible respuesta a esta pregunta llegó al final de un frenético día con mis hijos en casa. Al acostarme, exhausta, recordé aquello que leí y escribí una vez, que cuando las demandas del ambiente superan los recursos de los que disponemos aumenta el estrés, disminuyendo la gestión eficaz de cualquier situación.

Yo, telereunida, con mis hijos en casa.

Entonces recordé las investigaciones del médico Hans Selye, sobre el estrés continuado en las personas. Para el Dr. Selye, cuando nos enfrentamos a una nueva situación, el cerebro la analiza relacionando esta con recuerdos de experiencias parecidas. Si esa evaluación es negativa, envía una señal al organismo para ponerlo en modo alerta y se resiste, apareciendo los primeros síntomas de cansancio y fatiga. Si la situación se prolonga en el tiempo, finalmente llega lo que se conoce como síndrome de Burnout (“estar quemado”). En ese estado las personas sienten que hagan lo que hagan, no van a lograr sus objetivos, lo que genera actitudes de apatía, indiferencia, rechazo y hostilidad. Actitudes que, ni de lejos, pueden inspirar el aprendizaje en los alumnos. Porque para poder transmitir motivación hemos de sentirla.

Llegué entonces a la conclusión de que, para abordar esta situación, una de las claves podía ser aumentar los recursos o reducir las demandas (o ambas).

Algunas propuestas de medidas para aumentar los recursos pueden ser:

Aumentar la formación en metodologías innovadoras para motivar al profesorado. Y no sólo en metodologías sino dotarles también de estrategias para gestionar sus emociones y trabajar posibles bloqueos que puedan surgir de la práctica educativa y personal. Esto podría llevarse a cabo en pequeños grupos con un mentor donde construir y compartir desde la unión.

Aumentar los apoyos. Que debería traducirse en más profesores pero, si no se da el caudal económico y, siendo realistas, es posible que no se de, una posible vía podría ser la implicación de toda la comunidad educativa, familias VOLUNTARIAS (lo pongo en mayúscula porque es condición para que funcione), recursos de la zona e, incluso, alumnos co-tutores de cursos superiores. Podríamos incorporar aquello que sabemos que está funcionando de algunos modelos integradores como el de las Comunidades de Aprendizaje, dividiendo las aulas en pequeños grupos, que pueden estar en la misma estancia o en otra, y que están supervisados por un voluntario previamente formado. Los alumnos trabajan en pequeño grupo, siempre fijo, con el que pueden tener un contacto más estrecho. Todos los alumnos realizan todas las actividades, que son planificadas previamente por el profesorado, que las supervisa.

Algunas medidas para reducir las demandas del ambiente: Al estrés típico de la vuelta a las aulas hay que unir la supervisión para mantener la distancia y las mascarillas, lidiar con el nerviosismo de alumnos y familias, cierto desfase curricular entre los estudiantes… Por tanto, creo que debemos ser realistas y reducir demandas ambientales que suponen una sobrecarga, en estos momentos, difícilmente asumible: básicamente reducir la carga burocrática (todo aquel papeleo que quita tiempo de calidad para focalizar las energías en lo importante) y la carga lectiva (dedicada a la gestión y organización). Y, con respecto a los contenidos curriculares, enfocarnos durante el primer trimestre en aquellos esenciales a través de una metodología en la que se potencie el movimiento y las actividades al aire libre.

Medidas de protección: Las medidas que estoy tomando en casa y que parten del sentido común pueden extrapolarse al aula y se basan en tres premisas:

  1. En relación al contacto social: He creado una especie de burbuja social (contacto estrecho con un grupo reducido de niños más ceranos) como alternativa a privar a mis hijos de uno de los pilares de su desarrollo, el encuentro con el otro. Eso implica asumir riesgos pero también minimizarlos evitando las quedadas en grupos grandes. Las burbujas sociales en el aula pueden ser una buena medida si disponemos de recursos que las acompañen, un tutor para grupos de 25 alumnos que se dividen, a su vez, en pequeños subgrupos con personas de apoyo (docentes u otros miembros de la comunidad educativa). Seamos realistas, va a ser difícil que los niños no interactúen los unos con los otros, pero si el contacto estrecho se mantiene siempre con los mismos reducimos el hacinamiento y así la carga viral, que es el factor que más relación tiene con una sintomatología grave.
  2. En relación a los espacios: Fomento los encuentros al aire libre o en lugares ventilados, tratando de evitar los espacios cerrados con una gran concentración de personas. Si no puedo evitar una aglomeración en un lugar cerrado, les pongo la mascarilla y trato de que no sea algo prolongado en el tiempo para ir acostumbrándolos poco a poco (y porque, seamos realistas, en niños menos de 6 no aguantan más de 15 minutos en su sitio).
  3. En relación a la actitud: Los centro en aquello que pueden controlar, lo que depende de ellos, potenciando la responsabilidad en velar por ellos mismos. Podemos enseñarles a protegerse desde el miedo al contagio o desde la fortaleza y el amor poniendo el foco en el autocuidado (porque cuidándonos nosotros, cuidamos a los demás). Recordad que el miedo siempre nos hace más débiles. En casa somos de la Brigada Azul (no sé porqué el azul me evoca sensaciones de fortaleza, calma y limpieza) y no hay virus que pueda con nosotros. Cada lavado de manos es un “te vas a enterar bicho” y así es mucho más divertido. Nuestras armas son el gel hidroalcohólico, agua y jabón y mascarilla-antifaz en espacios cerrados. Y lo que no depende de mí, como lo que hacen los demás, como me roba energía, se queda fuera de mi cabeza (o se intenta). Incorporar algo a través del juego es mucho más sencillo y es una buena manera de hacerles entender las reglas el primer día de clase (“qué bien, empezamos con un juego en equipo en lugar de con una retahíla de normas que me ponen nervioso”).

La síntesis de estas premisas es una: no vamos a poder evitar el virus, pero hemos de evitar la exposición a una carga viral alta, la que se da en espacios cerrados con mucha gente.

Sueño con una vuelta a una escuela cercana, donde los profesores tienen tiempo para observar el comportamiento del niño y, cuando no es adecuado al contexto, no se buscan culpables sino soluciones. Donde se propicia un contacto cercano y diario entre familias y docentes. Un lugar en el que, a primera hora de la mañana se recibe a los niños con una sonrisa y esa recepción es escalada y es juego, movimiento y una apacible sensación de verdadero encuentro con el otro. Donde se fomenta la autonomía y hay un equilibrio entre límites y cariño. Un lugar donde se respeta la individualidad y los ritmos, que no marcan editoriales sino personas cercanas a las necesidades de los más pequeños.

Yo creo firmemente que esa escuela está cada vez más cerca.

Dicen que en el solsticio de verano la tierra y el sol se funden en un abrazo de luz y la naturaleza, que nos invita a sincronizarnos con ella y sus ciclos, nos recuerda estos días que siempre es posible empezar de nuevo.
Y esta semana recibía el email de una lectora conectándome con mi etapa opositora, esa que tantas veces me obligó a volver a empezar. En mi respuesta recordé que todos estamos hechos de lo mismo, estamos hechos de sueños. Y no luchar por ellos es traicionarnos a nosotros mismos. Todo pasa por tomar decisiones. No hacerlo puede ser como ese “tren de madrugada que consigue trazar la frontera entre siempre y jamás” y que, bien mirado, fue el origen a uno de los mejores temas de Vetusta Morla. Me gusta pensar en el tiempo como algo cíclico, más que en la linealidad de los siempres y los nuncas. Sé que, si no cogemos este tren, volveremos a tener una oportunidad más adelante.

La cuestión es si esa oportunidad será tan extraordinaria como esta.

EL ETERNO RETORNO
Convendría reinventarlo de nuevo todo;
reinventar la gramática y la historia,
reconstruir la geografía,
cambiar la Luna, conservar el Sol
para no equivocarnos en los cambios
y porque siempre es necesario
tener un punto de partida.
Y desde ahí,

desde la desnudez que da la luz,
empezar otra vez esta mentira.
Empezar otra vez a ser los mismos,
inventarnos palabras
para tapar los gritos del silencio,
decir amor
para que el miedo no nos mate.
Y llamar Luna a cualquier cosa que nos cuelguen del cielo
y dé una luz escasa y mortecina.
Después: contar la historia.
Y empezar a pensar que convendría
reinventarlo todo de nuevo.

Francisca Aguirre (Gracias Irene)

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8 comentarios de “LA ESCUELA QUE MERECEMOS Y OTROS SUEÑOS DE UNA NOCHE DE VERANO”

  1. Que bonito mensaje, y profunda escritura, que ayuda para quienes están en un proceso de comprensión, ¿de cómo el ser humano ha podido llegar, al punto de una pandemia.? Y , ¿cómo no se tomó nota, en un estado presente de que podía llegar el ser humano a sucumbir letalmente?. Tu mensaje, da alas y es digno de tener en cuenta, y ser sentido para que produzca un cambio real. Muchas gracias Lady Pajaro

  2. Revelador y profundo mensaje, que lleva a la comprensión de todo lo que se vive en este momento. Y como mediar, ante la actitud de situaciones importantes, que redundan a un confinamiento. Me gusta tu escrito, porque es vivido y sentido, y es parte de un día a día, nada fácil, y sin embargo , demuestra tolerancia y fascinación, y a su vez ecuanimidad, alas que se abren para volar. Muchas gracias una vez más por tu aporte, Lady Pájaro.

  3. Como siempre (aquí si vale este polo) acertada adecuada, equilibrada elección de propósitos, de intenciones conscientes y de palabras bien escogidas, como las elecciones que debemos tomar a cada rato…un tema, el de la educación, el de la vuelta a las aulas, que a más de una/o nos quita el sueño, pero que también nos alienta a, como dices, soñar con un escenario mejor, la vida, nuestros hijos, la sociedad lo merecen, verdad? Ya hemos llegado aquí y ahora? Pues a preparar, a abonar el jardín, a tomar ideas de aquí, de lo que se ha hecho bien y de allá, de lo que se puede hacer mejor…lo que está claro es que SOLOS no se puede, hay que aunar fuerzas, hay que soplar juntos (familias, escuelas, comunidad educativa) la llama, para mantener vivo el fuego, que estos días nos hace celebrar. Yo quiero que sea así y lo soñaré tantas veces necesite, porque quizá si se desea con fuerza, se cumpla. Gracias por hacer posible que despeguemos un poco más las alas.

    1. Muchas gracias por tu aportación Virginia, así es, cojamos fuerzas porque septiembre nos espera…
      Hace unos días me llegó un email de mi editorial para ponerme en contacto con una lectora interesada en mi libro, envié un email a la dirección que me facilitaron, no obstante, te dejo un enlace por aquí por si eras tú y resulta más fácil.
      https://www.amazon.es/s?k=9788413319261&__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&ref=nb_sb_noss

      Un abrazo! Y feliz verano de comienzos.

  4. Mira tu…Yo no sabía que escribías. Me ha dado mucho gusto que alguien me lo descubriera. Eso sí: que eres una persona repleta de luz y que, si hubiera más personas como tú, este sería un mundo muchísimo mejor ya lo sabía! Enhorabuena para mi por leerte.

    1. Pero bueno Juan! Qué alegría verte por aquí! Vuelve cuando quieras. Ya sabes que aquí tienes tu nido😊

      Yo también quiero más tús por el mundo! Gracias💫

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