Hay personas que cambian el mundo y Fran era una de ellas. La primera que vez que supe de él fue por su hijo. En aquellos días de hace algunos años yo trabajaba en el instituto de secundaria Alquibla y aquel niño de noble y curiosa mirada respondía así a la pregunta que suelo hacerles a todos los chavales que pasan por mi despacho: ¿Has pensado alguna vez qué te gustaría ser de mayor?
«Sí, yo quiero ser como mi padre». Me dijo.
A los pocos días conocí a Fran. Era un tipo normal. Si me hubieran dicho en ese momento que ese hombre iba a cambiar mi mundo no lo hubiera creído. No llevaba toga, ni levitaba, ni nada, pero lo hizo.
Ese hombre normal me contó que se había embarcado hacía poco con dos camaradas en el mundo del perro, en un proyecto que empezaba con cierta dificultad y mucha ilusión. Que había cambiado su vida y que trataba de insuflarle a su hijo ese mismo entusiasmo porque al niño le encantaba y se le daba bien. Yo le animé a que lo siguiera haciendo además de darle algunas otras orientaciones. Y ahí quedó todo.
Hasta que, pocos meses después, Luck llegó a mi vida. Para convertir a esa criatura traumatizada por el abandono que encontré en la calle en el perro maravilla que acabó siendo consulté con varios adiestradores caninos. Vi muy pocas expectativas en los ojos de la mayoría, en alguno, incluso, miedo. Cuando estaba a punto de darme por vencida me acordé de Fran y su proyecto. Y lo busqué.
«Tú no confías en él, y así él no puede confiar en ti. Lo primero que vamos a hacer es afianzar el vínculo, sin eso no hay nada que hacer».
Y así empezamos. La transformación de Luck (mi transformación) fue impresionante, pasando de ser un perro inseguro que no confiaba en el mundo a uno con propósito: ayudar a los niños. Porque a mi perro lo que más le gustaba era sentirse útil, que lo estrujaran y lo acariciaran. Y, gracias a Fran, su vínculo conmigo. Yo era su principal motivador y, animada por él, me formé como educadora canina con mi reto (y mi suerte) como compañero y juntos empezamos a hacer programas de educación asistida en los centros que atendía como orientadora.
Desde que comenzamos en 2013 hasta que murió, Luck y yo hicimos un total de cuatro proyectos para mejorar la motivación y la gestión emocional del alumnado con necesidades educativas, todo lo que nos dio tiempo a hacer con embarazos, partos, crianzas, oposiciones y separaciones mediante.
Hace poco una compañera me contaba que uno de sus alumnos, con autismo, que no terminaba de adaptarse al nuevo centro le dijo lo más echaba de menos de su cole de antes era el perro. Era uno de mis alumnos, que había hecho un profundo vínculo con Luck.
Llevo acordándome de todo esto desde que Fran se despidió de nosotros hace unos días, de una forma abrupta y temprana. De cómo, siendo consciente o no, cambió la vida de tantas personas con su sencillez y su actitud ante la vida, valiente y divertida. En todo lo que aprendí con él y con Luck sobre el vínculo, esa experiencia de unidad en nuestras relaciones que nos hace olvidar, por un momento, que somos seres separados los unos de los otros.
Pensaba en todo ello y la vida me puso delante la carta de R.M., un padre que acababa de perder a su hijo y que le hizo llegar a Albert Einstein en busca de consuelo:
«Querido doctor Einstein, el pasado verano, mi hijo de once años murió de polio. Era un niño poco común, un chaval muy prometedor que tenía una verdadera sed de conocimiento para prepararse para una vida útil en comunidad. Su muerte ha destrozado la estructura misma de mi existencia, mi vida se ha convertido en un vacío sin sentido, ya que todos mis sueños y aspiraciones estaban asociados con su futuro y sus esfuerzos. Durante los últimos meses he intentado encontrar consuelo para mi angustiado espíritu, de solaz que me ayudase a portar la agonía de perder a alguien más querido que la propia vida, un niño inocente, obediente y dotado que fue la víctima de un cruel destino…».
La respuesta de Einstein se trenzó con mi vida y este artículo, con mi forma de entender el vínculo como esa fusión amorosa nos hace olvidarnos de la falsa ilusión de que vivimos separados los unos de los otros, de la dualidad. Que me hizo recordar que todos estamos, de algún modo, conectados. Cuando nos vamos, también.
«Un ser humano es parte de un todo al llamamos universo, una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Este ser humano está convencido de que él mismo, sus pensamientos y sus sentimientos, son algo independiente de los demás, una especie de ilusión óptica de su conciencia. Esa ilusión es una cárcel para nosotros, nos limita a nuestros deseos personales y a sentir afecto por las pocas personas que tenemos cerca. Nuestra tarea ha de ser liberarnos de esa cárcel, ampliando nuestro círculo de compasión para abarcar a todos los seres vivos, a toda la naturaleza».
Para abarcar a todos los niños y niñas en un aula. A todas las personas que se nos acercan. A todos aquellos con los que interactuamos cada día. Porque no sabemos nada de sus luchas internas. Ni cómo ese encuentro con nosotros, con nosotras, de algún modo puede tocar sus vidas.
Decía Thich Nhat Hanh que los educadores felices cambian el mundo pero, para poder hacerlo, añadiría que, primero, tienen que ser valientes y cambiar todo aquello que no les gusta del suyo. Me apetecía recordarlo hoy, en este comienzo de curso.
Recordar a ese padre que entró a mi despacho buscando respuestas. Y que acabó siendo una para mí convertido en educador. Recordar que su fe en mi perro, en el que nadie creía, sacó de nuestros adentros lo que fuimos después.
Hay personas que cambian el mundo. Son como tú y como yo pero, un día, decidieron cambiar el suyo.
༄ Y empezaron a hacer espacio a aquello que les hacía más felices.
༄ Se alejaron de situaciones y personas que drenaban su energía.
༄ Dejaron de justificar sus decisiones y su alegría.
༄ Creyeron que era posible hacer las cosas de otra manera.
༄ Profundizaron en el aprendizaje de ell@s mismos y de aquello que les apasionaba.
༄ Empezaron a observar y cuestionar sus pensamientos. Y así a vivir en paz, cada vez más tiempo.
༄ Volvieron a ell@s mism@s.
Siendo, sin pretenderlo, una mejor compañía para el resto. Creando un impacto en su vida y en la de aquellos que les rodeaban.
Y eso hizo Fran en mi mundo, en el de Luck y en el de todo aquel que tuvo la suerte de cruzarse en su camino. Tendría que haber escrito esto antes, cuando él podía leerlo, pero es lo que tiene la muerte, que nos hace un poco más despiertos. Un mucho más conscientes de la vida. Y al que se va eterno.
Para Fran, el hombre que cambió el mundo.
Para Fran Jr., mi alumno, para que continúe, si así lo quiere, su precioso legado.
Qué bonito es leerte y sentir a través de tus palabras.
De repente en una mañana de piloto automático me he encontrado con esto, lo leo … y me haces sentir, me haces pensar y conectar.
Compartir es vivir y me encanta tu manera de compartir tus experiencias , aprendizajes ,pensamientos… Gracias Inma
🍀 ❤️
Uff bonita, qué bonito leer también mensajes como este, desde donde estás, cambia mundos😊
Y gracias por tus palabras.