Por el título de la entrada, ya tenéis claro que el resiliente se hace. Aunque, como pasa con casi todos los rasgos que nos definen, la neurociencia nos dice que la capacidad de resurgir de las cenizas (y de cualquier otra calamidad) es una cuestión tanto de genética como de ambiente.
Hoy profundizamos en esa capacidad de ser un poco como el ave Fénix de la leyenda, abordando algunas claves para desarrollarla.
Y una vez que lo hayamos potenciado en nosotros, podremos inculcarla en nuestros cachorros. Recordad que nos están observando…
⇝ Cuando se me cuelan en la caja del super.
⇝ Durante un atasco.
⇝ Cuando se me vuelca el paquete de arroz.
⇝ Cuando me cuentan que el ex-marido se ha echado novia.
⇝ En mi forma de enfrentarme a cualquier pérdida.
⇝ Cuando, como profe, un alumno me reta durante la clase.
Nos observan.
Y luego tú le puedes contar mil y una monsergas sobre la resiliencia en su primer desamor, pero si te ha visto actuar con rencor ante una pérdida o desmoronarte y fustigarte sin fin al primer fracaso, no servirá de nada.
En ese sentido, es una suerte que la persona más dulce, fuerte y resiliente que conozco (y una de las que más admiro) sea mi madre.
Pero, ¿qué entendemos por resiliencia? Resiliencia es un término que el neurólogo y piscoanalista Boris Cyrulnik tomó de la física y adaptó al campo de la psique para hablar de la capacidad que tiene una persona para recomponerse e , incluso, salir fortalecido ante situaciones adversas. Sería la misma propiedad que tienen los juncos o un arco, para adaptarse a las circunstancias, resistir la presión que los somete y volver a su estado original una vez deja de ejercerse la fuerza sobre ellas.
Las personas resilientes:
⇝ Cultivan el optimismo: Esta palabra viene latín “optimum” y significa “lo mejor”. Las personas optimistas saben sacar el lado bueno de las cosas, se centran en el agradecimiento por lo que tienen, no en la frustración por lo que no.
Esto no significa estar contento las 24 horas del día. Hay una tendencia actual a denostar la psicología positiva (que aborda el conocimiento científico del funcionamiento óptimo del ser humano) y criticar la obsesión actual por lo que llaman “happycracia” o la búsqueda de la felicidad a toda costa, negando cualquier emoción negativa que podamos tener. Pero la psicología positiva no es eso, ni niega ningún tipo de emoción. No confundamos la felicidad con la alegría, son cosas diferentes. Podemos ser felices y experimentar la emoción de tristeza por la pérdida de un ser querido, de una manera serena, estando en paz. Porque la felicidad va más allá del éxtasis de la alegría y se parece más a un estado de serenidad que a estar siempre contento.
Aunque cada uno ha de buscar su propia definición de felicidad y trabajar por encontrarla en su vida.
Para mi la felicidad se parece mucho a esto…
Pero quizá para ti esté más cerca de esto otro…
¿Cuál es la tuya? Puedes tomarte un momento para pensarlo. Sea cual sea, trabaja por encontrarla.
⇝ Se adaptan con facilidad a los cambios: Esa adaptabilidad se debe a
1) una capacidad para aceptar aquello que no depende de ellos y
2) una mayor flexibilidad a la hora de enfrentarse a las situaciones, lo que les hace más capaces de levantarse de su silla para ver el prisma desde una perspectiva distinta. Las cosas no son como son, sino como las vemos y desde dónde las vemos.
⇝ Están orientadas a la solución, no al problema: Esto lo consiguen saliendo del rol de víctima y responsabilizándose en aquellas cosas sobre las que tienen poder de acción. Por poner un ejemplo, si al enfrentarme a un examen de oposición estoy más preocupada por cuántos se presentarán, si habrán estudiado mucho o poco, si me tocará este u otro tribunal, es decir, por cosas que no puedo controlar, le quito tiempo y energía a aquellos factores que SÍ dependen de mí: mi concentración, mis ratos de de meditación, mi tiempo de estudio, las estrategias que utilizo, etc…
Así que cada vez que se presente un problema ante ti pregúntate ¿qué depende de mí y qué no? Pues ocúpate de lo primero sin preocuparte por lo demás.
⇝ Practican la asertividad: Están conectados con sus necesidades y saben expresarlas con respeto y sin miedo al rechazo.
⇝ Empatizan con las emociones del otro: Saben ponerse en la piel de los demás y están menos centradas en sí mismas, por eso relativizan los problemas y viven cada experiencia vital como un aprendizaje, no como un ataque personal. Son capaces de ver al que tienen enfrente sin olvidarse de sí mismas.
⇝ No confunden sufrimiento y dolor: Hay una frase de Buda que me gusta especialmente, que dice que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional. A veces confundimos estos términos.
Las emociones de dolor son legítimas y naturales. La tristeza, por ejemplo, nos ayuda a sobrellevar una pérdida, a adaptarnos a las situaciones, procurándonos tiempo con nosotros mismos, por eso nos deja sin ganas de hacer nada. Una vez aceptamos la emoción como algo natural y nos responsabilizamos de la parte que nos corresponde, poco a poco van doliendo menos hasta desaparecer.
Pero el sufrimiento puede ser eterno e implica una no aceptación de la situación. Puede anclarnos en la culpa si nos fustigamos con lo que consideramos que no hicimos bien (“No supe demostrarle mi amor”) o hacer responsables a los demás de nuestra emoción (“Por su culpa he malgastado mi vida”) y ambas posiciones nos perjudican igualmente, anclándonos en el sufrimiento perpetuo.
Quién crea que la vida de un niño es fácil es que no recuerda lo es ser niño. Es cierto que ellos, desde su inocencia, conectan más fácilmente con el aquí y el ahora, lo que les allana el camino para la alegría pero, a su modo, detectan el estrés en el entorno y como no saben poner palabras a lo que están sintiendo, en ocasiones lo somatizan.
Así, situaciones como el inicio de la escolaridad, el rechazo de los compañeros (en los primeros años no piensan demasiado en las consecuencias de sus actos y pueden ser muy mordaces), las discusiones en el hogar o la muerte de un familiar cercano pueden ser difíciles de procesar para ellos, precisamente por esa falta de entendimiento.
Desde aquí os invito a seguir estas orientaciones que he llamado la estrategia de “las cuatro C’s” para poner a nuestros niños (a nuestros hijos, sobrinos, alumnos… ¡a nosotros mismos!) “en modo junco”.
1. Control de la situación: ¿Percibes el origen de lo que te sucede como algo que está dentro de ti (capacidad, esfuerzo, la gestión de haces de tu tiempo)?, ¿sientes que tienes poder para influir en el curso de los acontecimientos? Si has contestado que SI es que tienes lo que los psicólogos llamamos un locus de control INTERNO y esto es fantástico porque tienes la capacidad de dirigir tu vida hacia donde quieres que vaya.
Si cuando el niño se golpea con una silla cambiamos el “¡Silla mala!” por un “Presta atención la próxima vez” estamos poniendo las bases para que sientan que pueden controlar la situación.
2. Cambios: No hay nada permanente excepto el cambio, y que las cosas cambien a veces no depende de nosotros, para ello es fundamental que aceptemos el devenir de la vida si lo que nos sucede no podemos cambiarlo. Además, hemos de entrenar para esa flexibilidad cognitiva de la que hablábamos, para ello podemos pintar una botella de dos colores y ponerla encima de una mesa, situándonos en dos sillas enfrentadas y poniendo el objeto en medio. “¿De qué color es la botella?”, preguntamos. “¿Azul? Pues yo la veo roja, ¿cómo puede ser?”. Ambos tenemos razón, pero quizá el punto de vista desde donde miramos las cosas hace que las veamos de forma distinta.
3. Confianza en ellos mismos. Durante los primeros años de vida, los niños desarrollan su autoconcepto a partir de los mensajes que, sobre ellos, oyen desde su entorno cercano. Si esos mensajes son positivos su autoestima (o cuánto de la imagen que tienen de sí mismos encaja con su “yo ideal”) se fortalecerá. Es importante entonces que reforcemos aquellos aspectos que queremos potenciar en ellos, un “me encanta lo colaborador que eres” cuando te ayuda con la compra o un simple “eres maravilloso” cuando está contento, enseñará al niño a amarse a sí mismo de manera incondicional.
La confianza en uno mismo también se favorece cuando fomentamos su autonomía, cuando evitamos la sobreprotección, cuando les permitimos hacer las cosas por ellos mismos y equivocarse. Cambiemos el manido “NO puedo” por un “YO puedo, aunque tenga que practicarlo antes 15 veces”.
4. Compromiso con la acción. El mensaje sería “Si quieres algo, ve a por ello”. Pero para hacer personas comprometidas es importante que enseñemos a los niños a buscar su pasión, su propósito vital, lo que los japoneses llaman ikigai, tu razón para levantarte de la cama, aquello con lo que puedes estar horas y no acordarte ni de comer… Profundizaremos en ello en próximos artículos porque es un tema que me fascina y que da para otro post.
Hoy ya me despido con una frase de Herman Hesse que espero os sirva de inspiración para fluir como el agua, para ser lo suficientemente fuertes como para mostraros vulnerables. Ahora ya sabemos que las personas resilientes no son necesariamente las más duras, pero sí las más resistentes.
“Lo blando es más fuerte que lo duro, el agua es más fuerte que la roca,
el amor es más fuerte que la violencia”.
Gracias, es de mucha importancia sus recomendaviones.