No recuerdo cómo ni cuando llegó mi adolescencia. Sí una conversación con mi madre volviendo a casa en nuestro Seiscientos, mucho antes de que llegara.
—Mamá, ¿a ti te da pena que me haga mayor?
—¿Por qué me haces esa pregunta hija? Yo quiero que te hagas mayor.
—Ya, pero ¿te da pena? —(Creo que se lo pregunto porque yo noto que sí).
—Un poco sí.
—Entonces cuando sea lo del viaje de estudios de 8º no quiero irme, prefiero quedarme contigo.
El viaje de estudios llegó. Tenía 13 años. Y me fui, ya lo creo que me fui. Todas nos vamos de mamá. Pero luego volvemos a ella.
Es un paso necesario tomar distancia de algo tan importante en la vida de una niña para poder encontrarte con la mujer. Como cuando nacen nuestros hijos y nos vamos un poco de nosotras mismas. Para, luego, con suerte, volver, un mucho más sabias.
Recordé esta conversación después de tener una parecida la semana pasada con mi hija. Es aún pequeña pero empieza a no serlo.
“Mami es un sitio donde siempre podéis volver”. Les digo.
La niña empieza a despedirse de mí para dar paso a la mujer. Su puerta se cierra cada vez con más frecuencia. Ahora quiere jugar algunas veces, pero otras no. Y yo me siento como cuando soplo una de esas flores de semillas, la miro y lo que veo es tan precioso tal cual es que el impulso de soplarla es casi tan fuerte como el de preservarla así para siempre. Pero eso no es posible. Así que suelto el aire. Tan fuerte como puedo, con la esperanza de que esas semillas vuelen más alto que yo.
La niña empieza a despedirse de mí para dar paso a la mujer y, cuando se da cuenta, se enfada. Dice que no quiere, bueno, dice que sí, que quiere hacerse adulta pero sin pasar por la adolescencia.
Le digo que eso no es posible. La transformación precisa de tiempo. Y este es uno fascinante.
También que la voy a acompañar siempre. Siempre que pueda hacerlo. Rectifico para no mentirle porque no soy todopoderosa, soy real. Y hay que permitírselo también.
Las cinco cosas que me están funcionando para integrar estos cambios las comparto por aquí. Algunas las sabía por mi formación, otras las he descubierto sobre la marcha. A fuerza de estamparme.
Pero, os voy a contar un secreto, cuando el adolescente que tengo delante no es mi hij@ me salen mucho mejor:
☛ Quieren más autonomía y eso te va a dar miedo
Sorprende cuando te dicen que quieren ir solos al cole. Y a hacer la compra. Es un hito genial que quieran explorar su autonomía. Si se lo permitimos van a ganar seguridad en sí mism@s y en el mundo. Y eso va a favorecer el desarrollo de su autoestima.
Siempre que nos lo pidan, ir permitiéndoles pequeños retos de forma autónoma les va a hacer sentir más capaces. Pero es importante que sepamos elegir esos retos. Porque si nunca han ido solos al cole y el cole son 20 minutos de callejuelas y se pierden, esa, como primera incursión en autonomía, no nos vale. Lo que queremos es que conecten con una sensación de seguridad en sus capacidades.
Pero, si sabemos que el parque de debajo de casa es seguro y podemos supervisarles la incursión a comprar el pan desde la ventana, va a motivarles y hacerles ganar en responsabilidad. ¿A qué edad? Cada niño, cada niña, tiene su propio ritmo pero si ya demuestra esa iniciativa para empezar a hacer cosas solo, los diez años es una buena edad para hacer pequeños recados.
Mi hijo de 7 baja a hacer la calistenia conmigo mirándole desde arriba cual vieja del visillo. Los niños en Finlandia van solos al cole desde los 8. Finlandia es un país muy seguro. Es una decisión muy personal. Pero esto va a empezar a pasar.
☛ La tribu empieza a tener un peso importante en su vida
Hasta este momento tú habías sido la estrella en la vida de tu hijo, de tu hija. Esto va a cambiar. El desplazamiento del foco de atención de los padres, madres hacia el grupo de iguales es lo normal.
Si te asusta, invítalos a casa.
Este desplazamiento de foco te va a traer más tiempo para leer, escribir y meditar. Pero poco, no nos engañemos.
Como consecuencia, van a empezar a contarte sus primeros conflictos con sus iguales que, en realidad, son conflictos con ellos y ellas mismas. Es una suerte. Y una oportunidad que no deberías dejar pasar.
En el último descuerdo de mi hija le dije que las mejores amigas son aquellas con las que puedes ser tú, aunque ese tú no te guste todo el rato. Que aquell@s con quién puedes mostrarte tal cual eres, en toda tu paleta cromática, incluso en esos tonos que no te quedan tan bien, son tu tribu. Que era importante saber elegir.
Llénale la mente y el cuerpo de semillas así. Luego florecerán. O no. Pero eso ya no dependerá de ti.
Y hablando de tribu, aprovecha que vas a tener 10 minutos más entre las duchas y la cena para cuidar de la tuya.Tod@s queremos tirar de clanes bonicos con los que a la playa o al cine pero, a veces, nos olvidamos de trenzar la madeja que los teje.
☛ Van a empezar a interesarse por el sexo:
Y no. Que le hables de ello no le va a animar a hacerlo.
Como este epígrafe da para un artículo entero que tengo pendiente hacer desde hace tiempo solo me voy a limitar a dar una clave: todo lo que no puedan hablar en casa, lo aprenderán fuera.
Son niñ@s. Y hemos de dejarles claro que el sexo es un lenguaje de adultos. Pero cada pregunta que nos hacen en una oportunidad de aprendizaje que podemos adaptar a su nivel de entendimiento. Y las relaciones afectivo sexuales (que no únicamente el sexo) dan para muchas.
☛ Despedirse de tu niña te va a poner en contacto con la tuya
Lo mejor y lo peor de ser madre son la misma cosa, que te pone delante a la niña que un día fuiste.
Si esa niña está sanada va a comprender, empatizar y sostener a su hija. Acompañándola en cada caída. Quizá con miedo pero sin bridas.
Si no… va a sobreproteger, controlar, justificar y reaccionar en cada uno de sus tropiezos. Porque las heridas de tu hija van a reabrir las tuyas.
Lo mejor y lo peor de ser madre es lo mucho que aprendemos, si aprovechamos cada uno de los aprendizajes que nos trae la vida en forma de cosas que no nos gusta que nos pasen.
☛ Sus nuevas necesidades y las tuyas van a chocar. Toca comunicarse:
Tu necesidad de control va a chocar con su necesidad de libertad. Os va a tocar negociar. Tú tendrás que soltar un poco la cuerda y ell@s aceptar que aún son dependientes.
La «Comunicación No Violenta (CNV)» de Rosenberg es un modelo en 4 pasos para comunicar con empatía y eficacia:
- OBSERVACIÓN: Identificar lo que está pasando para poder expresarlo sin juicio. La observación no es una crítica hacia la otra persona, para que funcione, hemos de ser todo lo neutrales que podamos.
- COMUNICAR SENTIMIENTOS: Transmitimos cómo nos sentimos con relación a la situación.
- COMUNICAR NECESIDADES: En relación a eso que sentimos.
- REALIZAR UNA PETICIÓN: Para terminar, plantearemos a la otra persona una petición muy específica.
De esta forma, si siento que mi hija dedica poco tiempo a las tareas de casa, en lugar de reprocharle que nunca está disponible para ayudarme y sí para sus amigas, siguiendo el proceso de la CNV podría comunicarlo así:
- Observaciones: He notado que últimamente tengo que recoger yo la ropa del suelo en tu cuarto.
- Sentimientos: Esto me hace sentir estresada, cansada y me enfada.
- Necesidades: Yo también necesito tiempo y descanso, y necesito orden para poder sentirme bien en casa.
- Petición: ¿Podrías encargarte tú de eso a partir de ahora?
Para Rosemberg, todas las personas tenemos la capacidad de ser compasivas. Sin embargo, los patrones automatizados y aprendidos de nuestra familia y cultura, que nos llevan a un uso sistemático de una comunicación dañina. La CNV nos enseña a romper el patrón, conectando con nosotros mismos y con los demás.
El mundo sería un lugar mejor si todos fuésemos capaces de expresar lo que necesitamos y sentimos de una forma amable. Para ello, hemos de empezar desde el silencio y la escucha.
Os dejo unas tarjetas con distintos tipos de necesidades que ideé el otro día para trabajar con mis hijos.
☛ Siguen necesitando nuestra mirada:
Esta semana hablaba con la madre de Samuel (que no se llama así) sobre la importancia de mirar a nuestros niños.
Porque la falta de mirada se traduce, muchas veces, en problemas de conducta. Y cada vez es más frecuente ver por la calle a niños que miran tablets y a padres que miran móviles. La consecuencia de esto son problemas en el desarrollo del lenguaje. Pero no solo del lenguaje.
Ojo, que a mí me pasa, le digo a esa mami. Que soy psicóloga, pero más humana que otra cosa.
Trato de ponerle consciencia y lo hago dedicándoles un rato de presencia plena cada día. No tiene por qué ser muy largo.
Pensando en esta conversación, de vuelta a casa con el Cuarteto de Dave Brubeck de fondo, recordé que una vez leí que Bolwie, el autor de la teoría del apego, dedicó mucho de su tiempo a observar a los niños y a sus madres sentado en el parque.
Y se dió cuenta de que, cuando las madres estaban atentas a su juego, estos iniciaban y mantenían conductas exploratorias.
Que el mundo dejaba de ser hostil bajo la atenta mirada de alguien que les quería bien.
Cuando la mamá se distraía con alguna conversación, el niño se percataba y volvía a ella reclamando su atención. Y cada uno lo hacía de la forma que mejor le salía. En idioma adulto esto a veces se traduce como portarse mal. Pero es que los niños necesitan que estemos atentos a ellos, si no, se ponen un poco nerviosos. Y eso, señor@s, los primeros años de vida, ES NORMAL.
Contar con una persona que es refugio cuando mides menos de un metro, contar con un apego seguro, convierte a los niños y niñas en adultos capaces de regularse, confiantes en lo que les rodea, amables con ellos y con el mundo la mayor parte del tiempo.
Mostrarnos sensibles hacia lo que necesitan activa su sensibilidad hacia las necesidades de los demás.
Yo le dije a la madre de Samuel que no hacía falta mirarlo las 24 horas del día, que buscara un rato cada día para poder poner ahí su atención y su presencia.
Un paseo.
Un monte.
El suelo de un salón.
Un parchís.
Pero mirémosles.
La niña empieza a despedirse pero todavía no se ha ido. Así que voy a ponerle toda la presencia que pueda y a seguir disfrutando. De ella y de mí.
Después de nuestra conversación se me empañaron los ojos.
—¿Te has emocionado mamá?
Le dije que sí.
Porque ese es uno de mis mayores aprendizajes de mami que no me contaron en ninguna universidad: sentir no nos hace más débiles. Nos hace humanas. Y les permite a ell@s serlo.