Problemas de conducta, obesidad infantil, biofobia y otros males en aumento por DÉFICIT DE NATURALEZA

¿Eres de las que grita despavorida ante la presencia de una araña?

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Si es así, tranquila, creo que a todas nos ha pasado, pero hoy te propongo un experimento que hicimos en un seminario del que luego te hablaré: cierra los ojos y trata de evocar un recuerdo de tu infancia, deja que venga a tí…



Con un 99% de probabilidad, ese recuerdo tiene un escenario natural. Yo me recuerdo en mi primer baño nocturno en el mar. Y es que, es tanta nuestra conexión con la naturaleza y tanto lo que nos hemos alejado de ella (no sin consecuencias).
Hace unos días leía que un simple paseo por la naturaleza aumenta los niveles de células killer en nuestro cuerpo (unos linfocitos maravillosos que destruyen células infectadas y dañinas, puedes leer más sobre ellas aquí). Este estudio del departamento de salud de la Nippon Medical School me resultó lo suficientemente llamativo como para anotarlo en mi libreta de cosas interesantes (a veces no lo son tanto) con la idea de escribir sobre ello.

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Y es que soy de las que necesitan un “baño de bosque” (en su defecto playa, huerta o lo que sea con un mínimo de árboles), al menos un par de veces a la semana, y pocas me parecen. Esos días duermo mejor. Pienso mejor. Me siento mejor.
Así que, seguí investigando y descubrí que en 1928, Boris P. Tokin, logró aislar en el laboratorio los fitoncidas, unas sustancias volátiles que liberan las plantas para defenderse de hongos y bacterias. Este biólogo ruso llegó así a la conclusión de que el contacto con las plantas tiene un efecto hormético en el ser humano, protegiéndonos de la enfermedad.
Y esa misma semana, por pura sincronía, la descubrí a ella: Heike Freire (pincha aquí si quieres descubrirla tú también). Fruto de esas casualidades (que nunca lo son) fui a una de sus charlas. Uno de esos encuentros inspiradores que te hacen salir con la mochila y la libreta llena de ideas e ilusión. Qué manera tan bonita y tan sencilla de explicar lo que todos intuimos, lo que me ronda la cabeza desde hace tanto:
Que los niños necesitan del movimiento para aprender. Nos lo enseñan en la carrera, pero ¿por qué luego nos cuesta llevarlo a la práctica? El desarrollo neurocognitivo está permeado por el movimiento corporal.

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✮ Que, como mamíferos que somos (a veces se nos olvida que somos del reino animal), los espacios cerrados activan nuestro instinto de huida y disminuyen nuestra respuesta al estrés. Los niños que se mueven más al aire libre, son niños más tranquilos, más felices, menos disruptivos, más predispuestos al aprendizaje. (¿Señores legisladores, a qué esperamos para aumentar las horas dedicadas al movimiento, educación física, artes escénicas y plásticas en el currículo de nuestros alumnos?)
✮ Que, “por gentileza” de las pantallas, somos la primera generación que ha conseguido mantener a los niños quietos, violando las leyes de la naturaleza (el rato que están parados frente a la tablet es tiempo de no-aprendizaje). Y ojo, que no las demonizo, son útiles y prácticas si se utilizan con moderación, pero moderación no es sustitutivo de.

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✮ Que el alejamiento de la naturaleza está generando en los niños en particular, pero en la sociedad en general, una especie de biofobia que nos aleja de nuestra propia esencia.
✮ Que todo esto se está estudiando y ya hay algunas investigaciones serias como la de Collado y Corraliza, que hablan de “trastornos por déficit de naturaleza” (con permiso del DSM-V que aún no lo ha incluído en su clasificación) por desconexión del mundo natural: aumento de problemas como la fatiga atencional, una respuesta deficitaria al estrés, mayor índice de obesidad infantil, miopía a edades tempranas, mayor número de casos de asma
✮ Que los niños/as que asisten a colegios cuyos patios tienen mayor cantidad de naturaleza son capaces de sobrellevar mejor el estrés (Corraliza & Collado, 2011).

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Y dicho lo cual, ¿qué podemos hacer nosotros, como padres y docentes, para procurar esos baños de naturaleza a nuestros cachorros?, ¿cómo educamos en verde si vivimos en un piso y no disponemos de los recursos y el tiempo para hacerlo?
Vamos con los tips y veremos que no es tan difícil y que no hace falta tener una casa en el campo para que nuestros hijos disfruten de ese contacto con lo natural en su vida cotidiana.
La naturaleza como hábito de fin de semana, no hace falta irse de casa rural cada viernes, pero empieza a instaurar el hábito de dar un paseo por el monte a la semana, hacer un picnic en la sierra o, en su defecto, acudir al paraje arbolado más cercano simplemente a ESTAR. No hace falta hacer nada especial, siéntate y obsérvalos. Verás que no necesitan mucho más que un palo para empezar la aventura del descubrimiento. Y aprovecha ese momento para desconectar y relajarte. Para Mausnner (1996), la sola experiencia de “estar en la naturaleza” nos da la oportunidad de contemplar, soñar, recordar… Nos relaja y nos aleja de responsabilidades y compromisos sociales.

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Busca lugares donde puedan practicar el juego no dirigido al aire libre cada día. Cuando hablamos de naturaleza nos imaginamos una imagen bucólica y apartada en medio de un bosque de secuoyas, pero un jardín de tu ciudad puede ser ese paraje natural que necesitan. Los entornos urbanos también pueden ser ambientes restauradores. Y ahora es cuando te entra la risa al recordarte a ti misma en el parque correteando detrás de uno mientras vigilas al pequeño con el otro ojo, sudando y saludando de soslayo a la vecina, en un recinto atestado de niños peleando por el mismo juguete.

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No. No es a eso a lo me refiero cuando hablo de ambiente restaurador.
Los jardines petados de niños, cemento y columpios son una tortura china y lo sabemos están bien de vez en cuando pero, hace poco he tomado por costumbre retirarme a lugares donde puedo prestarles atención desde lejos, sin atosigarles, donde pueden corretear libremente y buscar sus propias aventuras sin demasiado riesgo de perderse entre la multitud para 1) evitar estar todo el tiempo diciéndoles NO y 2) poder relajarme yo también. Estar presente en el AHORA. Recargar pilas.
Y me doy cuenta que llego menos cansada a casa, porque no me desgasto tratando de hacer varias cosas a la vez. Y pasan cosas maravillosas como esta…

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Se entretienen buscando caracoles, mirando hojas e inventando historias…

Y lo mejor es que no me están demandando todo el tiempo, porque saben que ESTOY. Que ese rato es nuestro.
Si eres docente, ¿por qué no una propuesta de desdoble para hacer algunas sesiones en el patio?, ¿por qué no articular una zona al aire libre con pupitres y bancos para hacer una clase a la semana diferente? Sabemos que la novedad los motiva, ¿por qué no intentarlo? Cosas como reconfigurar las zonas de recreo para que los niños puedan disfrutar de entornos naturales o introducir metodologías innovadoras con animales como éstas o ésta realmente funcionan. Si queremos que los chavales desarrollen la conciencia medioambiental, lo primero es favorecer el contacto con el medioambiente.
Invítales a practicar el maravilloso arte de observar. Las raíces y ramas de los árboles son el hogar de numerosos insectos y animales como los pájaros. Enséñales a observarlos sin modificar su hábitat. Podéis ponerles nombres a los pequeños seres de la tierra e inventar historias con ellos. Llevar un cuaderno de registro, tratar de dibujarlos… En definitiva, desarrollar su capacidad de atención.

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Coleccionad objetos relacionados con la naturaleza: piedras extrañas, hojas… Siendo niña tenía una colección de conchas marinas y, junto a mis amigas, pasábamos las tardes buscando piezas singulares para nuestras recopilaciones. Luego hacíamos una puesta en común de los nuevos tesoros, cambiábamos unas piezas por otras…
Facilita el contacto con animales. No, no voy a pedirte que adoptes un animal si no lo tienes clarísimo, es una gran responsabilidad para la que hay que estar, como mínimo, convencido. Pero puedes visitar un refugio de perros, un centro de recuperación de especies o acudir con ellos a un centro de hípica o terapia con caballos. Los niños sienten una atracción natural por los animales, les resulta más fácil comunicarse en presencia de éstos. Numerosas investigaciones corroboran que la presencia de un animal reduce los efectos del estrés y la ansiedad y cada vez con más frecuencia, se introducen en lugares exclusivamente humanos, como los colegios, con resultados increíbles.

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Y, sincrónica perdida, una que empieza hace algunas semanas su último proyecto de intervención asistida con perros y uno de los alumnos, de los que nunca sonríe, ni mira, ni abraza, de repente lo hace todo con mi socio canino y todo cobra sentido. Pronto contaré más sobre ello, de momento, os dejo con esta frase:

“No te preocupes por el mundo que dejarás a tus hijos,

preocúpate por qué hijos dejarás al mundo”.

Leopoldo Abadía.

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